martes, 26 de agosto de 2008

Provisional

En mi pueblo, el alcalde ecologista (franquicia comunista con vestido de seda) taló todos los árboles de dos calles. Era una medida provisional, pues los árboles dañaban la calle. Ha talado más árboles, todos los que molestan. Siempre son medidas provisionales para subsanar algo de mucho “peso social”. Ya sabemos que la izquierda llama “social” a su bolsillo. Pero no ha plantado nada.

Nuestra primera ley orgánica del poder judicial – no es cualquier cosa – data de 1870 y se promulgó como desarrollo de la constitución monárquica constitucional de 1869, que inauguró Amadeo de Saboya, rey “progresista, católico y masón” (una desconcertante fórmula que no nos suena añeja). La ley orgánica a la que me refiero se denominó “Ley Provisional sobre organización del Poder Judicial”. Se derogó en 1985. Más de cuatro generaciones de provisionalidad.

Me parece que mi pueblo se quedará sin árboles. Y es que los españoles tragamos todo, y los catalanes, más.

Sábana Santa

Leo sobre la Sábana Santa en un diario digital, coincidiendo con una reciente visita a Oviedo en la que he tenido ocasión de visitar la Cámara Santa, dónde se custodia el Santo Sudario, al parecer muy relacionado con aquella.

No voy a entrar en detalles ni en mi propio criterio, aunque años de leer y discurrir sobre este tema me han creado una idea bien definida. Me interesa más el concepto de reliquia que el detalle de esta reliquia.

En una página de Internet, desgraciadamente desaparecida, un grupo de ateos se explayan sobre la Sábana Santa. La página se inicia hablando de las reliquias en general y concluye con una exposición sobre la Sábana Santa. Manejan los ateos - que así se definen -, una serie de datos y juicios de valor, que traslucen una increíble mala fe o – lo que realmente creo – una ignorancia supina sobre lo que es un dato y un juicio de valor, sobre la ciencia y el rumor y, en general, sobre los más elementales criterios de la ciencia de la historia. Y, desde luego, muestran una absoluta ignorancia sobre lo que son y significan las reliquias.

Son muchas las reliquias que hoy se conservan y probablemente un porcentaje de ellas no sean lo que pretenden. Algunas son evidentemente falsas; otras lo parecerán y quizás no lo son; otras presentarán dudas y otras están sobradamente documentadas. La Iglesia católica es muy prudente al definirse sobre ellas; incluso, en mi ignorancia, diría que no interfiere en ese asunto.

Pero salvo su aspecto histórico o emotivo, una reliquia no es más que eso, un objeto que tuvo algo que ver con alguien que nos importa. Las reliquias, como las imágenes, ayudan a la devoción, pero no son la causa de la devoción. Ni tan siquiera la Sábana Santa con la que empezaba este comentario.

La Sábana Santa, en el mejor de los casos, es un magnífico dato sobre Jesús, una traza física del Mesías, lo que es magnífico, pero ni quita ni pone nada a la esencia de la fe. Resolver científicamente su incógnita no será más que un hito científico e histórico. Porque la Resurrección de Jesús y su condición de Hijo de Dios no son cuestiones a resolver, sino motivos para creer. De otra forma, menguada herencia nos habría dejado el Señor.

Pero eso es algo que no pueden entender los ateos ni los racionalistas, que esperan para ver triunfar sus argumentos, a que aparezca la tumba de Jesús o a que se demuestre que la Sábana Santa fue la falsificación de no sabemos quien. Vana espera.

Milagros

Empezábamos el mes de agosto con la lectura, en la Santa Misa, del milagro de los panes y los peces.

Es este un milagro que destaca por la gran cantidad de personas que fueron testigos de él (más de cinco mil personas en la primera multiplicación (Mt 14, 15-21), la de la lectura, y más de cuatro mil en la segunda (Mt 15, 32-38). Si todos los milagros de Jesús son una expresión infinita de amor y caridad, este fue un derroche de expresión infinita ofrecida sin que nadie se la pidiera y sin que hubiera una necesidad extrema (“…me causan compasión estos pueblos, porque tres días hace ya que perseveran en mi compañía, y no tienen que comer…” Mt 15, 32). El milagro de los panes y los peces es un rotundo argumento más que justifica el “hágase Tu voluntad”, pues nunca nuestra capacidad de pedir podrá siquiera imaginar la capacidad de dar de nuestro Señor.

Pero además, el milagro de los panes y los peces es un milagro incomprensible. Podemos comprender una curación milagrosa, o incluso una resurrección. Son alteraciones de las leyes naturales, sólo accesibles al Creador, pero que nuestro cerebro puede entender en su expresión, aunque ignore su intimidad. Pero el milagro de los panes y los peces es incomprensible incluso en su expresión; de cinco panes y dos peces se alimentan más de cinco mil personas y aún sobra en abundancia.

La Humanidad es una expresión de este milagro de compasión divina; de tan sólo un hombre y una mujer creados originalmente por Dios, han nacido cuantos hombres pueblan la tierra. Generación tras generación el hombre, también toda la naturaleza, se multiplica incomprensiblemente sin agotar la fuerza original de la vida, inspiración divina que nos narra el Génesis. Vivimos en el maravilloso escenario de un incomprensible milagro del que no alcanzamos ni a imaginar su sentido más profundo.

Recordemos el consejo de Juan Pablo II: “…Que a un amor tan grande no falte la respuesta generosa de nuestra gratitud, traducida en testimonio coherente de los hechos.”

Publicado en el opúsculo “Hora santa. Agosto de 2008”.

Matrimonio y descendencia

Esto del matrimonio y de la maternidad está revuelto. Cuando se pasa del “oír decir” al “conocer de primera mano”, es cuando uno debe alarmarse.

Hace años ni se hablaba de la droga. ¿Qué es eso? Muchos, no necesariamente viejos, lo recordarán. Luego lo veíamos en las películas americanas… malo, se preparaba el terreno. Más tarde escuchábamos en nuestro entorno sobre el consumo de drogas. Hoy no hay fiesta que se valga en que no se “esnife” cocaína o discoteca que se precie en la que no se consuman drogas de diseño y, naturalmente, todos conocemos a alguien, próximo o no, que consume drogas. Sirve la historia para el SIDA y otras tantas cosas.

Algo semejante ocurre con el matrimonio y la maternidad. Para muchos mortales en activo, el matrimonio era una institución sin planteamientos, tan natural como el comer. Cierto que en ocasiones se saltaba por encima de él, pero era visto como un error de planteamiento pues la forma natural y normal de relacionarse el ser humano es en la pareja estable de hombre y mujer, con el objeto de obtener descendencia. Por descontado, el niño era intocable, antes y después de nacer… y deseado, salvo por personas de mal vivir en las que engendrarlos había sido un accidente.

Luego vimos eso del divorcio en las películas. Luego vino la democracia con sus excesos y lo vimos en casa. Lo mismo con la píldora anticonceptiva, que trajo el aborto para aquellas personas que se habían olvidado de la píldora o no la tenían a mano en el momento del subidón hormonal. Como con la droga, ¿quién no conoce, de cerca o de lejos, a personas que tomen la píldora, a parejas desnaturalizadas o, incluso, a alguna mujer que haya abortado? Como la droga, ya son estas cuestiones cotidianas.

Parece que en asuntos de sexo, matrimonio y descendencia, la sociedad se va impregnando cada vez más de esa visión relativista que trivializa la relación sexual, desvaloriza la unión indisoluble de la pareja y considera la maternidad como una obligación. Parece que, cada vez más, la conciencia queda supeditada a la conveniencia social o al miserable egoísmo.

Gran clase

He viajado estos días en un tren de “Gran Clase”, como lo califica RENFE. He viajado por necesidad, no por lujo. Pero, ¡qué más da la razón! He viajado en “Gran Clase”

Es un tren que RENFE llama “Estrella” – hay otros - y que se integra en la oferta de transporte público de la España democrática. El tren “Estrella” de “Gran Clase”, es la expresión de décadas de “socialismo democrático” en España.

El tren “Estrella” data de la época del General Franco. Se pondría en servicio hará treinta o cuarenta años y entonces fue una modelo innovador. Cumplió su función. Luego murió Franco, siguió la transición, luego la “democracia” con los socialistas reiteradamente en el poder y treinta, o cuarenta, años después, ajado, obsoleto, incómodo – incluso peligroso -, amortizado, remendado, los socialistas mantienen el tren “Estrella” como uno de sus logros del transporte público, denominándolo “Gran Clase” y cobrando como lujo lo que es vetustez y miseria. Eso es el socialismo. Gato por liebre. Toco mocho.

"Caridad" social

Esto de la caridad es algo que rebota a muchas personas, me atrevería a decir que a la mayoría. Cuando hay que mostrarse caritativos, una veces no nos damos por aludidos. Otras, justificamos con argumentos peregrinos nuestra miseria y otras llamamos caridad a lo que son expresiones adornadas de egoísmo. Muy poco son los que ejercen la caridad como se debe.

Me voy a referir a aquellas personas, algunas incluso católicas, cargadas de dinero que se sienten tan satisfechas de sus expresiones de caridad para con el prójimo - expresiones que no les falta ocasión para referirlas con detalle en tono de “no tiene importancia, yo soy así” – que se sienten más que justificados por esa pretendida generosidad.

Hace años, las señoras ricas y ociosas, aburridas de no hacer nada, se reunían para ir a “hacer caridad” a los hospitales u hospicios, lo que luego era motivo de charla en las reuniones sociales. Las señoronas se autocomplacían con su generosidad y no les debía caber duda de que con eso y su misa dominical tenían el cielo asegurado. Creo que aún existen esas prácticas en la “alta sociedad”. Paradójicamente esta actitud contrasta con la de madres de la “baja sociedad” que dedican parte de su tiempo y ropas y juguetes de sus hijos – tiempo que necesitan para su casa y ropas y juguetes con los visten y juegan sus hijos - para entregarlos a los necesitados.

Hoy los tiempos han cambiado y los ricos, también los católicos, se autocomplacen dando lo que les sobra – y que les incomoda en casa pero que su cicatería les impide desembarazarse dejándolo en un contenedor para provecho del prójimo anónimo - sino que dan lo que les sobra o estorba con testigos y esperando agradecimiento.

Esta tacañería caritativa se extiende a las relaciones sociales, porque la miseria crea costumbre. Veo como los pobres son más generosos en sus regalos que los ricos; las personas modestas se esmeran en obsequiosidad con sus amigos, mientras que las personas adineradas son capaces de quedar como trapos obsequiando baratijas a personas que tienen como amigas. Los ricos se desviven en recibir y miran a otro lado a la hora de dar. Eso sí, cuando son católicos, el domingo van a Misa y dejan su miseria de limosna con ostentación; la cantidad es escasa, pero el gesto es aparatoso.

La caridad adquiere su valor cuando es discreta y la damos privándonos de algo. No dando lo que nos sobra, sino dando lo que nos quitamos de la boca. Como el óbolo de la viuda. La virtud está en el desprendimiento, ejercicio para el que la mayoría de los ricos están incapacitados… y también muchos menos ricos e incluso pobres. El pecado no es poseer, sino estar atado a lo que se posee, sea mucho o poco.

Volviendo a la relación social, cuando nos queremos mostrar generosos con los amigos, hemos de procurar que nuestra expresión intente reflejar el grado de afecto que sentimos hacia ellos. No en un asunto de dinero, sino de sensibilidad; no podemos regalar a un amigo lo que nos sobra, y mucho menos, cuando además queremos corresponder.

Cuando veo tanta miseria que rodea a las expresiones de generosidad humana, incluso de católicos, pienso que Jesús se hubiera limitado a curar al ciego dejándolo miope o, para redimirnos, en lugar de morir torturado en la cruz, se hubiera dejado hacer un cortecito en el brazo. ¡Menuda expresión de amor hubiera resultado!

sábado, 9 de agosto de 2008

Socialistas de ayer y hoy

Hace años, viendo con mi padre las noticias en la televisión socialista de González, me comentó: “Son los mismos”. No recuerdo el contenido de la noticia que motivó el comentario, pero sí que le comenté: “¿A qué te refieres, padre? “A que estos socialistas son del mismo corte que los del 36”, me contestó. Creo que lo he comentado otras veces.

La opinión de mi padre tenía para mí un triple valor. Primero, porque era la opinión de mi progenitor, al que respetaba. Segundo, porque él había vivido la guerra desde dentro, lo que le daba una autoridad de criterio. Tercero, porque desde entonces su interés, el interés de una persona letrada y con una mente clara y fría, se había centrado en ciertos aspectos de la España de esa época, siendo un erudito en el tema.

No le pregunté más, el laconismo era parte de su autoridad, y rumié sus palabras. Las tengo presentes en muchas ocasiones y desde hace mucho tiempo he hecho mía aquella afirmación.

Esta vez la situación me ha venido a la cabeza al leer un artículo sobre la imagen de la Virgen del Pilar que se venera en el pueblo conquense de Altarejos. La imagen original evitó el odio musulmán en el 714. Luego eludiría la furia iconoclasta de la invasión francesa y llegaría hasta nuestros días habiendo superado 1300 años de historia. Pero en 1936 se topó con el celo criminal del socialismo y fue quemada, junto con otras obras de arte.

Los socialistas de hoy reivindican con tenacidad aquellos años en los que podían violar, matar y quemar con plena impunidad. En nuestros días, sólo tienen impunidad para matar no natos y robar; quizás pronto también puedan matar impunemente a ancianos y enfermos. Pero eso les sabe a poco. Por eso reivindican aquellos, sus tiempos de oro. Desgraciadamente para la cultura y la vida, todo apunta a que sus esperanzas no son vanas, a corto plazo.