martes, 26 de agosto de 2008

Matrimonio y descendencia

Esto del matrimonio y de la maternidad está revuelto. Cuando se pasa del “oír decir” al “conocer de primera mano”, es cuando uno debe alarmarse.

Hace años ni se hablaba de la droga. ¿Qué es eso? Muchos, no necesariamente viejos, lo recordarán. Luego lo veíamos en las películas americanas… malo, se preparaba el terreno. Más tarde escuchábamos en nuestro entorno sobre el consumo de drogas. Hoy no hay fiesta que se valga en que no se “esnife” cocaína o discoteca que se precie en la que no se consuman drogas de diseño y, naturalmente, todos conocemos a alguien, próximo o no, que consume drogas. Sirve la historia para el SIDA y otras tantas cosas.

Algo semejante ocurre con el matrimonio y la maternidad. Para muchos mortales en activo, el matrimonio era una institución sin planteamientos, tan natural como el comer. Cierto que en ocasiones se saltaba por encima de él, pero era visto como un error de planteamiento pues la forma natural y normal de relacionarse el ser humano es en la pareja estable de hombre y mujer, con el objeto de obtener descendencia. Por descontado, el niño era intocable, antes y después de nacer… y deseado, salvo por personas de mal vivir en las que engendrarlos había sido un accidente.

Luego vimos eso del divorcio en las películas. Luego vino la democracia con sus excesos y lo vimos en casa. Lo mismo con la píldora anticonceptiva, que trajo el aborto para aquellas personas que se habían olvidado de la píldora o no la tenían a mano en el momento del subidón hormonal. Como con la droga, ¿quién no conoce, de cerca o de lejos, a personas que tomen la píldora, a parejas desnaturalizadas o, incluso, a alguna mujer que haya abortado? Como la droga, ya son estas cuestiones cotidianas.

Parece que en asuntos de sexo, matrimonio y descendencia, la sociedad se va impregnando cada vez más de esa visión relativista que trivializa la relación sexual, desvaloriza la unión indisoluble de la pareja y considera la maternidad como una obligación. Parece que, cada vez más, la conciencia queda supeditada a la conveniencia social o al miserable egoísmo.