Si hace un lustro hubiera titulado un artículo “Emilios”, todo el mundo hubiera creído que trataba de los ciudadanos que celebran esa onomástica. Hoy nadie duda de que un “emilio” es un “correo electrónico”, una carta enviada por la red informática.
Como todos los inventos del hombre, esa forma de comunicarnos no es ni buena ni mala. Como no lo son la energía nuclear ni la medicina, por ejemplo. Lo que las hace buenas o malas es el uso que el hombre hace de ellas. Como con casi todo.
Pero los “emilios” tienen otra cualidad. Además de revelarnos la bondad o maldad de quien los utiliza, según sea su contenido, también nos revela la calidad intelectual del remitente. Esto es hoy un problema, pues los “emilios” dejan en evidencia a una sociedad desvencijada de ideas, sensiblera y parvularia en conocimientos. Me explico.
Preguntando a personas próximas del trabajo y del descanso y extrapolando, calculo que una cifra descomunal de comunicaciones, no me atrevo a cuantificar porcentajes, son correos electrónicos “reenviados” con contenidos preestablecidos de mejor o peor gusto, duros o sensibleros, graciosos o malajes… que en el mejor de los casos suelen ir acompañados como texto único original de expresiones tales como “es muy divertido”, “léelo”, “¡qué fuerte!”… aunque lo normal es que el destinatario sólo se sepa su procedencia por el remite.
La correspondencia personal, algo tan íntimo y rico que incluso es un estilo literario, se ha transformado en un medio de traspasarse mensajes impersonales, intrascendentes y vacuos. El correo electrónico en el ámbito de las comunicaciones personales – el mundo profesional es otro asunto – ha dejado en evidencia la futilidad de una población que se reconforta recibiendo en una remesa multitudinaria, un mensaje enlatado en el que aparecen florecillas de colorines, puestas de sol, la carita de un niño y la palabra amor, en rosa. Para otros la realización viene de mensajes con imágenes de señoras que veíamos hace treinta años en las cabinas de los camioneros. Sin más.
Si nos quedara alguna duda de la despersonalización y de la carencia, en los cerebros de muchos, de nada que pueda generar coherencia, baste asomarnos a los foros de internet. ¿Cómo es posible que las conversaciones se reduzcan a monosílabos o a frases de no más de media docena de palabras? ¿Es que la gente no tiene nada que decir? ¿es que no sabe expresar lo que siente, auque sea balbuceando?
Los correos electrónicos son la evidencia de que es preciso que las personas que ya tienen la barriga llena, empiecen a pensar en llenar el cerebro. Falta culturizar, no en la doctrina, sino en el pensar.
Los contenidos de los correos electrónicos son también un grito de esperanza. La gente no es mala, es tonta.
Animaría al lector a que se tomara en serio su correspondencia. A que se comunicara cuando debe hacerlo, no azuzado por la rutina del “reenviar”. A que se expresara con sus ideas, no con las de otros. A que venza su curiosidad y suprima sin abrir esos correos que el remitente no ha tenido la delicadeza de ocupar unos minutos en personalizar.
Este ejercicio cotidiano le enriquecerá y le hará vivir con plenitud algo que el gran pensador español Baltasar Gracián, clérigo jesuita para más detalles, escribía hace ahora 357 años; “no están presentes los que no se tratan, ni ausentes los que por escrito se comunican”.