lunes, 5 de agosto de 2019

Mis amigos.

Desde siempre sé que en la vida se tienen pocos amigos. Uno o dos a lo sumo.

En este aspecto he sido un hombre afortunado. He tenido más de un amigo.

Fue amigo Juan, a quien acompañé muchas veces, la mayoría sin ganas, al cine, que era su pasión.

Creó su familia y sin que recuerde la transición, dejamos de vernos.

Tuve  también dos amigos Javier, uno en la niñez y otro en la juventud. Del Javier de la niñez nos separó la vida (que no era nuestra sino de las familias a las que pertenecíamos).

Del Javier de la juventud nos unió la montaña y nos separó el mar.

Por fin tuve un José, como un servidor, que estuvo siempre presente pero nunca cercano.

Este José sigue presente en mi vida, pero no cercano. Quizás por eso sigue.

No sé lo que me une con mi amigo José. Quizás por eso no lo puedo romper. Creo que por intangible puede ser una unión duradera. Hablamos poco, de higos a brevas, pero con provecho.

A estas conversaciones me voy a referir durante un tiempo en este blog, pues es una forma de contestarle sin contestarle, y eso es bueno para mantener una amistad.

Sabe que soy un hombre de poca fe y que si sigo la doctrina católica, incluso con rigor, es porque me lo dicta el sentido común, no porque sea un don de Dios, al que no creo que le caiga bien, ni mal.

Creo que si José recurre a mi es porque fía de mi sentido común, y yo del suyo, aunque no participe de sus creencias, si las tiene, que nunca se lo he preguntado.

Sirva esto de prolegómeno para todo cuanto cuente de mi amigo José y de sus cuitas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario