Desde siempre sé que en la vida se tienen pocos amigos. Uno
o dos a lo sumo.
En este aspecto he sido un hombre afortunado. He tenido más
de un amigo.
Fue amigo Juan, a quien acompañé muchas veces, la mayoría
sin ganas, al cine, que era su pasión.
Creó su familia y sin que recuerde la transición, dejamos de
vernos.
Tuve también dos
amigos Javier, uno en la niñez y otro en la juventud. Del Javier de la niñez nos
separó la vida (que no era nuestra sino de las familias a las que
pertenecíamos).
Del Javier de la juventud nos unió la montaña y nos separó el mar.
Por fin tuve un José, como un servidor, que estuvo siempre presente
pero nunca cercano.
Este José sigue presente en mi vida, pero no cercano. Quizás
por eso sigue.
No sé lo que me une con mi amigo José. Quizás por eso no lo
puedo romper. Creo que por intangible puede ser una unión duradera. Hablamos
poco, de higos a brevas, pero con provecho.
A estas conversaciones me voy a referir durante un tiempo en este blog,
pues es una forma de contestarle sin contestarle, y eso es bueno para mantener
una amistad.
Sabe que soy un hombre de poca fe y que si sigo la doctrina
católica, incluso con rigor, es porque me lo dicta el sentido común, no porque
sea un don de Dios, al que no creo que le caiga bien, ni mal.
Creo que si José recurre a mi es porque fía de mi sentido
común, y yo del suyo, aunque no participe de sus creencias, si las tiene, que
nunca se lo he preguntado.
Sirva esto de prolegómeno para todo cuanto cuente de mi
amigo José y de sus cuitas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario