sábado, 1 de mayo de 2021

Diógenes.

Diógenes.

Leo en Wikipedia.org unas pinceladas sobre Diógenes, el filósofo griego que vivía en una tinaja.

Nació en Sinope. Fue desterrado de su pueblo natal y vivió como vagabundo en Atenas.

Sus únicas pertenencias eran un manto, un zurrón, un báculo y un cuenco para beber, hasta que un día vio que un niño bebía agua con la mano y tiró el cuenco.

Para Diógenes el valor máximo era la virtud.

Paseaba de día por las calles con un farol encendido diciendo que buscaba un hombre honesto.
La historia ha tratado Diógenes como un ejemplo de vida.

Con este contexto, sin duda entenderás lector porqué los poderes actuales están en contra de que los niños aprendan filosofía historia y otras ciencias relacionadas, que les desvelen la grandeza de los orígenes de nuestra cultura occidental.

Si ocupas un momento en meditar sobre la escoria de valores morales qué habitan en los cuerpos de los políticos actuales, entenderás perfectamente porque la aversión por incluir en los currículos escolares de los niños, asignaturas qué les pongan en evidencia nuestro pasado.

Y no hay que irse la Grecia clásica.

La literatura de nuestro Siglo de Oro, muestra unos valores morales qué hacen vibrar el alma de cualquier persona normal.

Son valores actuales, innatos en la naturaleza humana, pero enterrados por la ingente labor de los poderes  mediáticos actuales.

Son todos ellos valores cristianos que, desgraciadamente el cristianismo no ha sabido mantener integrados en la cultura social popular de hoy.

No sé qué ha hecho Iglesia Católica, representante de los valores cristianos en Occidente, que ha alejado esos valores, del hombre del pueblo y ha hecho de algo inherente a la cultura popular, un bien por el que hay que luchar para obtenerlo, cuando ya lo teníamos de gratis.

Me da la impresión de como si el cristianismo se hubiera convertido en una aristocracia moral, que para alcanzarla se han de cumplir una serie de requisitos para los que hay que pasar por la taquilla. Para nada me estoy refiriendo a criterios económicos.

Quizás sea lo que creo que el Papa Francisco llamó la excesiva clericalización de la Iglesia.

Hoy, cuando gracias a las comunicaciones es más evidente la ingente labor de la Iglesia hacia los más desvalidos, es cuando más parece se aleja el pueblo de la Iglesia. El argumento me vale aunque no sea alejamiento sino indiferencia.

Y no me sirve el diferenciar la Institución de sus miembros.

Si la Institución es Santa, sus miembros instituidos por cualquiera de sus Sacramentos,  aunque no sean santos han de inspirar santidad.

Algo se está haciendo mal desde la base.

Porque si la naturaleza humana es esencialmente buena, la bondad de la Iglesia debería atraer al hombre, ávido de bondad y de ver buenas obras.

...Salvo que la naturaleza humana sea íntimamente mala y la bondad de la Iglesia sea tan solo presunta o los Sacramentos recibidos con pleno consentimiento, no tengan la propiedad de difusión.

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