viernes, 23 de mayo de 2025

El detalle que no entiendo de la España de hoy.

 

He dicho en alguna ocasión, probablemente en más de una que, desbordado por la corrupción política y la impunidad de esa corrupción, he dejado de conocer las noticias.

Ha sido este un proceso gradual, pues no es fácil desconectarse del mundo.

Como no estoy al día de la actualidad política, no puedo plasmarla en el blog y como la carroña es lo que interesa a los carroñeros, la audiencia es poca. Pero muy buena, vegetariana, en sentido figurado. Es decir, poca pero no carroñera, que es a la que me gusta dirigirme.

Hoy quiero hablar de algo que no me encaja en la política española contemporánea.

Todos sabemos que los fulanos y fulanas que aparecen en los medios representando a algo, sean partidos políticos, sociedades o grupos mediáticos, son títeres. Los que realmente mandan no salen en los medios y no los conocemos hasta que les explota su ego.

Sánchez un monigote de feria.

Ávalos una marioneta.

Begoña una figurante.

Koldo un extra.

Y así todo el reparto de esta comedia en clave socialista. Una obra de teatro para esquilar a ganado ovejuno con valores de gallina. Todo esto es un montaje de libro, del que ya hablaba Gracián con inteligencia y sorna, hace quinientos años.

Nada de eso me sorprende.

Lo que sí me sorprende es la impunidad de todo ese proceso, porque impunidad es que no hay reacción y frente a los poderosos malos, debería haber poderosos buenos, que no aparecen por ningún lado, salvo los francotiradores… ¡benditos francotiradores!, que pinchan aquí y allá, lo que incordia mucho a los malos de pacotilla y de tan bajo nivel moral que tenemos.

Recordemos a otros actores del reparto; la justicia, intentando librarse de la bota del poder político; el comunismo genocida, interpretado por el felón Sánchez y su tropa; la oposición, esperando cual urraca en carretera, poder comer los restos de algún insecto atropellado…

Pero además está el ejército, representado por una jerarquía armada que permanece silenciosa y oculta para no crear un mal mayor.

Y la policía y otros cuerpos de seguridad también jerarquizados y armados y también ocultos, para no provocar con su presencia a los delincuentes.

Y no hemos de olvidar a la Iglesia, poderoso poder fáctico infiltrado silencioso y anodino en todos los estamentos sociales.

Todos ellos a una, callados como en una ya vejestoria Fuenteovejuna.

En medio de todos, los ciudadanos de a pie, como desaliñado y desafinado coro, que está a lo que le dicten las circunstancias siempre que vengan bien untadas de vaselina.

¡Menudo reparto!

¿Cómo puede funcionar una sociedad así?

Pues como vemos, no puede funcionar.

Y estando el barranco tan cerca, ¿porque no se echa un poco el freno para que, por lo menos, dé tiempo a rezar alguna oración antes de comernos el suelo sobre el que crece el acantilado? Eso es lo que no entiendo y lo que no me cuadra

Entiendo la corrupción, el miedo, la cobardía, las bajas pasiones, que alimentan esos valores negativos. Entiendo el deseo de vivir holgado.

Lo que no entiendo es que, entre toda esa pulpa cerebral, no haya nadie con capacidad para frenar esta carrera loca hacia el precipicio.

Y me sorprende que entre los malos no haya nadie que se dé cuenta que quien más tiene más perderá.

Yo perderé mi televisión que no veo; mi móvil reparado; mi coche que no conduzco; la casa en la que vivo, que no es mía y mis ingresos que me dan para comer.

Pero esos malos perderán sus mansiones, sus cochazos, su cocaína, sus fulanas, sus cochazos, sus vacaciones exóticas, en fin, su pan para hoy y su hambre para mañana.

Y su poder. Su dinero les podrá acompañar más, si lo han escondido bien, pero al fin, todo será podredumbre y muerte.

Sin más que compañía hipócrita, interesada.

Son malos tontos.

Dios nos amparase, si fueran malos listos.


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