jueves, 3 de abril de 2008

“Educación para la ciudadanía”. Lección 2

Nota: Aprender nunca es malo, si se aprende como es debido; podemos aprender que la tierra es cuadrada, que descendemos del mono o que el fuerte sobrevive. Pero son estos aprendizajes erróneos – o por lo menos discutibles - que no harán más que confundirnos.
La asignatura de “Educación para la ciudadanía” que el gobierno español está imponiendo en las escuelas contra toda legalidad, pretende dar a aprender a los niños y a los jóvenes unos conocimientos que son erróneos – o por lo menos discutibles – que no harán más que confundirles en la vida.
He consultado varios textos de esa signatura. Iré publicando a medida que pueda, en forma de “Lecciones”, una alternativa a los contenidos monótonos de esos textos, que responden a las reaccionarias directrices del viejo y viciado socialismo gubernativo.


Lección 2. Ellos.

Lo que hemos dicho sobre nosotros lo podemos aplicar a los demás. Por eso, cuando comentemos las relaciones con nuestros semejantes, deberemos tener en cuenta ese pensamiento nacido de la Grecia clásica, enriquecido por el cristianismo y heredado por todo occidente hasta hoy.

“Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana… Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”, rezan el preámbulo y el artículo primero de la “Declaración universal de los derechos humanos”. Este texto que aspira a regir la convivencia en el mundo, fue redactado por estados laicos. Sin embargo, se basa en aspectos básicos y originales de la doctrina cristiana. “Dignidad intrínseca”, es decir el hombre – como ya vimos en la Lección 1- es algo más, es persona, concepto éste aportado por el cristianismo.

“Familia humana”, es decir, la humanidad con un origen, al margen de sus distintas razas. “Comportarse fraternalmente”, es decir, como hermanos.

Las relaciones entre nosotros y ellos deben pues basarse en esos valores transcritos del cristianismo y admitidos por los estados laicos de todo el mundo. No importan nuestra ideología o creencia, puesto que tales valores se basan en la esencia de la naturaleza humana común a todos.

Antes de la aportación cristiana del concepto de persona, la dignidad del hombre estaba basada en su poder, en su fuerza, en su clan, en su riqueza, en su casta... Por eso había esclavos, no se respetaba la vida de los débiles, se explotaba a los indefensos, no todos tenían los mismos derechos frente a la ley… La “dignidad intrínseca” se basa en el concepto trascendente del hombre y eso es común a todos.

Como guía práctica de actuación de estos principios de la “Declaración universal de los derechos humanos”, se puede tener presente la instrucción escrita hace 1400 años; “lo que no quieras para ti, no lo hagas a nadie”, que procede del Antiguo Testamento (Tob 4, 15). Esta norma se vio superada por la enseñanza de Jesucristo hace más de dos mil años, al expresarla en estos términos; “tratad a los hombres de la misma manera que quisierais que ellos os trataran a vosotros” (Lc. 6,31). Es decir, no sólo no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti, sino que debes pasar a la acción, haciendo a los demás lo que quisieras que te hicieran a ti… claro que los cristianos van mucho más allá, al seguir otro mandato de Jesucristo; el de amar al prójimo “como a ti mismo” (Lc 10,27).

Siempre que nos relacionemos con otra persona, deberemos tener presentes esas ideas de igualdad y de dignidad intrínseca del hombre. Esa será la referencia de nuestro comportamiento.