Le falta el Cristo, que no sé por dónde lo tengo.
Me sigue gustando lo que significa la cruz.
Pero no me gustan los que viven a su sombra.
Como no me gustan los nacionalistas que se arropan
con la tela que representa su nación o lo que sea.
Pasa lo mismo con la cruz, que es la bandera y con
los que se arropan sin sentir de corazón lo que representa.
Oí decir al Papa Francisco, que le gustaría pensar
que el infierno está vacío.
Los que se arropan con la cruz, saltaron a degüello,
para decir que negaba la existencia del infierno.
Cualquiera con dos dedos de frente o con un corazón
limpio, verá que lo que dijo no es lo que dicen que dijo.
También a mí me gustaría pensar que el infierno está
vacío.
Pero creo que no, que está lleno de malos que se
saben malos y de malos que se creen buenos.
Creo que el infierno debe estar a rebosar, tanto,
que espero que no me quede sitio cuando llegue.
Me gusta la cruz y lo que significa.
Pero no me gustan los que dicen lo que yo estoy
diciendo.
Jesús, en todo lo que cuentan los Evangelios, era un
remanso de paz.
En contadas ocasiones se enfurruñaba y de esas
contadas ocasiones, la mayor parte era a causa de esos que se arropaban con su
Padre.
Sí, los fariseos.
Los creyentes finolis de la época.
Y adinerados.
Por eso no me gusto, y creo que realmente no me
soporto.
No quiero sentirme fariseo.
Aunque todos tenemos algo de eso.
O mucho.
Cuanto más, más.
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