Llevo muchos años preguntándome por mi identidad
religiosa y todavía no he llegado a una conclusión cierta.
Me podrás decir, como me dice faltándome gravemente
al respeto una persona próxima; ¿tú eres tonto o eres tonto?
Probablemente sea tonto, pero no por esta pregunta
que me hago.
Nací en una sociedad teocrática de hecho, donde la
religión oficial era el catolicismo.
Y como tal se me introdujo en todos los ritos
católicos y si me educó en esa religión.
Mi libertad no pintó para nada hasta que tuve la
edad de emanciparme.
Y por inercia, por prejuicios adquiridos en mi
educación o por desconocimiento de otras opciones, seguí voluntariamente en el
catolicismo.
Pero hoy no me importa. Creo que no perdí el tiempo,
porque enseguida me di cuenta que era la única opción a la que podía optar una
persona de mente racional, como era mi caso; el catolicismo no era la única
opción, pero sí la más coherente.
Esto que intuí en su momento, una vida de darle
vueltas al tema, me ha dado la razón: El catolicismo es una estructura
admirablemente coherente en su plano general, lo que ya de por sí da motivos a cualquiera de sus seguidores, a no sentirse anticuado o avergonzado por creer
en esa fe religiosa.
Es decir, un católico no tiene que avergonzase de
ser antiguo, supersticioso o crédulo. Salvo naturalmente, que lo quiera ser,
además de católico.
Pero en esta vida no hay nada sencillo ni simple.
Los años me han traído incertidumbres y me han
desvelado matices que quiero detallar en el blog.
Pero seguiré otro día pues ya ha sonado a la hora
del desayuno y el barullo de los reclusos sueltos, me impide concentrarme.
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