miércoles, 5 de marzo de 2025

¿Católico?

 


A pesar de que mi educación ha sido católica, después de una vida agitada en la que han prevalecido las penas a las alegrías, ha llegado un momento en que ni el cielo ni el infierno, hacen mella en mí.

No ya porque oyera decir al papa Francisco, que si existe el infierno no habrá nadie en él, sino porque en mis torpes meditaciones sobre ello, he llegado a la conclusión de que ni me da miedo el infierno, aunque exista, ni me hace ilusión el cielo, aunque existiera.

No entiendo el concepto de infinito y por ello no entiendo un infinito de sufrimiento ni un infinito de felicidad.

Y aun entendiéndolos, no sabría compaginar lo que los católicos llaman una vida finita de pecado, con un castigo infinito.

Menos me costaría compaginar una vida de virtud, con un premio infinito.

En los dos casos se me plantea una duda de fondo, que tiene que ver con lo que me enseñaron de pequeño en el colegio; no se pueden sumar peras con manzanas: No entiendo el premio o el castigo infinitos por acciones finitas de un ser finito.

Uno de los fundamentos del catolicismo para justificar eso, es la libertad del hombre.

Eso me parece un insulto a la inteligencia.

¿Cómo puede ser libre un ser tan limitado y condicionado por el entorno y sus creencias, como es el hombre?

Desde que nacemos nos bombardean el cerebro con afirmaciones más o menos argumentadas, en muchos casos con apariencia de coherencia.

A ello se suma la presión de los instintos qué son fortísimos, porque deben preservar nuestra supervivencia como especie.

No solo el instinto sexual, sino el instinto del egoísmo, para sobrevivir frente al empuje del resto de la especie.

Y con la presión intelectual que se nos ejerce desde pequeñitos y la presión física que nos ejercen los instintos, ¿se pretende que el hombre es un ser libre?

No somos en absoluto libres.

 A lo sumo podemos intentar seguir la ley natural, que es un instinto más, quizá con alguna peculiaridad.

Pretender que el ser humano es libre, es un absurdo instrumental, para crearle un sentido de culpabilidad en la dirección que interesa a quien pretende hacerle creer que es libre.

Pero es que además, la propia filosofía católica que le dice al hombre que es libre, también le dice que está condicionado por un pecado original, que le hace tender inexorablemente al mal.

Un condicionante más de su falta de libertad.

¿Y qué es ese pecado original? La secuela de un pecado que cometieron sus ancestros Adán y Eva.

El catolicismo no acepta las maldiciones intergeneracionales, pero en este caso concreto sí que acepta que, de un pecado cometido por una generación, debe sufrir sus secuelas el resto de las generaciones que le suceden.

Es decir, el hombre sale al ring de la vida con las manos atadas a la espalda, por una maldición intergeneracional y por unos instintos básicos de supervivencia.

En esas condiciones se pretende que el hombre es libre.

Y que jugando con esa libertad, es acreedor a un castigo infinito o a un premio infinito, cuando ni tiene la capacidad de entender el concepto de infinito.

Además, quien juzga esa desigual pelea, es justo, ecuánime y bondadoso.

Quizás Francisco tenga razón.

En ese caos de ideas, el catolicismo pretende, que una mente incapaz de concebir esos conceptos, se los crea por un acto de fe.

A falta de cualquier comprensión racional de todos estos argumentos, el catolicismo da la opción de la fe, que es creérselo todo.

La fe así planteada, no puede ser más que una fe irracional, lo que es absolutamente incompatible con la base del concepto de hombre, que es el de un animal racional.

Tras muchos años de considerarme católico, he llegado a la conclusión de que no puedo ser católico, porque todo eso que esbozado me resulta incongruente y no puedo con las incongruencias.

Por eso no me declaro católico, para no confundir a mi interlocutor.

Pensé pues en considerarme simplemente cristiano.

Pero cristianos son también los protestantes y si no cabe en mi cabeza la fe católica, menos puede caber una fe nacida de una mente reaccionaria y fruto de la pataleta de una persona a la que veo manipuladora, en un momento histórico oportuno, unas circunstancias adecuadas y unas razones penosas.

De manera que definiéndome como cristiano podía resultar confuso, ya que podía haber quién me identificase como protestante, que es el colmo de una pobreza intelectual y estética.

Me quedaba la opción de confesarme monoteísta, que es lo único que tengo claro; que el universo lo ha creado algo superior e incomprensible para nosotros y que lleva en el lote, una ley natural.

Todo lo demás son zarandajas de un cerebro humano limitado, capaz de crear monstruos. Pero eso del monoteísmo hoy resulta pedante y aún más confuso.

Puedo justificar cada una de esas afirmaciones extendiéndome en ellas, pero no es el momento ni el lugar y sobre todo no me apetece hacerlo ahora.

Cuando era pequeño me enseñaron que había que temer a Dios, al Dios del Antiguo Testamento, que entendía porque era un Dios al alcance  de la mente humana.

 Pero cuando entre en la madurez llegó con el concilio Vaticano II el; Dios es amor, se acabaron dos mil años de tradición católica, con la belleza y la mística de la liturgia.

A los argumentos de los padres de la iglesia, se impusieron las incongruencias de un cumbayá de barbacoa y flores.

He dejado de seguir el catolicismo, primero porque me escandaliza, pero luego porque me aburre y desconcierta.

Lo que para un clérigo es pecado mortal, para otro es una tontería que no hay que tener en cuenta.

Y lo que para un clérigo es un sacramento, para otro, es un oficio mal pagado.

Ya no me declaro católico porque da vergüenza.

Ni cristiano para no confundir.

En definitiva, que no sé cómo definirme si no es, simplemente, como bípedo implume.






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