Queridos hijos, me gustaría ser inmortal.
Hice oposiciones a ello, pero quedé el segundo.
Por eso cualquier día me dará un pasmo y os dejaré.
Lo siento por vosotros, que os quedaréis aquí
teniendo que ganaros las lentejas de cada día.
Como llevo una vida peleando por sobrevivir,
comprenderéis que no me asuste en absoluto ese futuro, el mío, salvo que lo malo que he
hecho pese más que lo bueno, en cuyo caso sí es de preocupar.
Y puesto a preocuparme, me preocupa más el daño que
he hecho por omisión, porque no sé cómo se contabiliza.
El de acción está claro …, tantos años y un día.
Pero, ¡y el de omisión?
Pero bueno, como soy propenso a enrollarme,
sintetizaré diciéndoos que es fundamental para la felicidad el perdón y el
olvido.
Bueno para la felicidad no lo sé, pero sí para la
paz de espíritu, que es mucho más importante que la felicidad.
Probablemente conoceréis el proverbio español que
dice que el dinero no hace la felicidad, pero contribuye a ella.
Es una soberana bobada.
Veo que los multimillonarios se mueren igual que los
indigentes, pero que en ese trance tienen que estar pendientes de sus finanzas,
mientras que el indigente se muere a pierna suelta.
Resumo. Perdón y olvido.
Olvido dentro de un orden. Sed prudentes como las serpientes, y sencillos
como las palomas.
No os lo lamáis las heridas en estéril autocompasión,
que eso es pobreza de espíritu y necesitáis un espíritu fuerte para seguir
adelante.
A partir de aquí podéis razonar vosotros mismos,
pues para eso habéis sido al colegio, cuando en el colegio se prendía algo de
provecho.
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