viernes, 30 de junio de 2023

El infierno.

 Lo he comentado varias veces en el blog y aprovechando que esta entrada pueda ser polémica, me ratifico en ello.

Creo que soy cristiano y no tengo muy claro que sea católico.

Y me parece que carezco de fe, ese don gratuito que Dios da a quien quiere o se lo merece.

Hablaré de la fe otro día.

Esto viene, para que le quede claro al lector que no soy un fanático, ni un mea pilas, ni un mercenario de la religión.

Es necesario advertirlo porque voy a hablar de la existencia del infierno.

Probablemente, lector, sólo leer infierno, habrás soltado una carcajada.

Hoy, en el desinhibido mundo moderno, muchos están de acuerdo en que lo del infierno es una chorrada.

Y sin embargo todas las civilizaciones monoteístas, que son muchas y que abarcan a millones de seres humanos, creen que tras la muerte hay otra vida y que antes de la otra vida, hay un juicio que determina si esa nueva vida va a ser buena o mala.

Así han pensado teólogos y filósofos, jóvenes y viejos, doctos y menos doctos.

Por ejemplo, la civilización egipcia, que ha dejado en pie la única maravilla de la humanidad que se conserva, creía en la vida tras la muerte.

Y en un juicio final, donde se pesaban las buenas y malas obras, para determinar cuál era el destino final del alma.

Todo el mundo alaba la obra de las pirámides y se plantea si civilizaciones extraterrestres colaboraron en su construcción.

Todos se maravillan del arte y del misterio que encierran.

Pero pocos se plantean que esos mismos misteriosos constructores de pirámides, creían en la otra vida y en el infierno.

Es decir, la existencia del infierno no es un cuento chino creado por unos aburridos monjes católicos hace cuatro días.

Es una arraigada creencia de, entre otras, la civilización más espectacular y misteriosa de la historia de la humanidad.

Por lo menos hasta hoy.

Por eso lector, debes reprimir la carcajada cuando te hablan del infierno.

La existencia del infierno es algo que encaja en la razón y es coherente con el pensamiento de millones de seres humanos.

El quitarlo de la vida cotidiana, que es lo que ocurre hoy en día, es fruto de dos circunstancias.

Bueno de más circunstancias, pero de dos fundamentales desde mi punto de vista.

Una el mirar para otra parte o esconder la cabeza como el avestruz, intentando convencerse uno mismo de que ignorándolo, no existe.

Vivo como quiero porque no tengo ninguna responsabilidad, ni premio ni castigo.

Pero el que camina alegremente por la vía del tren, ignorando que va por una vía, no es ajeno a que si pasa el tren de mercancías y no se aparta, el tren le pasará por encima.

Los poderes fácticos modernos, que manejan la opinión, intentan que el colectivo ignore el infierno pensando que de esa forma lo hacen desaparecer.

Y desapareciendo el castigo, las operaciones macabras de esos poderes fácticos quedan impunes.

Ignoran el absurdo y divertido eslogan que en juventud vi escrito en el metro de Barcelona; come m***** 100 millones de moscas no pueden equivocarse.

Lo mismo se podría decir sobre esto; ignora el infierno cien millones de humanos no pueden equivocarse.

Pero sí, la m***** es tóxica para el hombre y el infierno, aunque unos poderosos poderes fácticos hayan inducido a una millonada de humanos para que lo ignoren, existe, aunque quizás no en la forma en que se nos lo quiere mostrar.

Pero sin duda, sí en el fondo.

Por la cuenta que me trae, me fastidia llegar a esta conclusión.

Pero si dedicas un poco de tiempo en discurrir sobre ello, verás que lo del infierno no es una idea tan disparatada, aunque te fastidie como a mí.

He hablado de dos causas que nos quitan al infierno de enmedio.

Una la he citado y es la de los poderes fácticos, que arropándose en la manada para tener apariencia de razón.

La otra no es más que el viejo criterio del adanismo.

La orgullosa y meliflua sociedad actual, piensa que haber descubierto la televisión y haber llegado a la Luna, es el no va más.

Y efectivamente, estamos en un momento tecnológico muy avanzado, pero desde el punto de vista filosófico no somos nada nuevo.

Antes de tan siquiera existir esta generación, han existido miles de cerebros privilegiados que han pensado con independencia y buena fe sobre estos temas teológicos y filosóficos.

Y ahora sale el ciudadano más cazurro que, por tener un doctorado en fabricación de cacerolas, se cree el cerebro más lúcido de los últimos cuatro mil años.

No ilustre cretino, usted hace cacerolas con un material que desconocían sus ancestros, pero pensar sobre el sexo de los ángeles, lo llevan haciendo sus ancestros desde hace muchos miles de años, a jornada completa, no a tiempo perdido, cuando no ve el fútbol por la televisión o mientras que espera que el troquel de forma a la cacerola.

Y aunque sea usted un político que holgazanea a jornada completa, le falta mucho, en tamaño de cerebro y tiempo, para pensar en lo que ya han pensado sus antecesores, más y mejor.

Un adanista con poder, es más peligroso que un mono con una pistola.

No puedo evitar traer a cuento la pregunta que le hicieron una vez a un conocido.

¿Qué vale más, un gramo de cerebro de un astronauta de un, de un físico nuclear, de un premio Nobel o de un político?

Sin duda el de político, contestó; porque se necesitan muchísimos políticos para tener un gramo de cerebro.

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