Personas que creen conocerme y personas que me
conocen a medias, me dicen que pienso demasiado.
No sé si es una forma elegante de decirme que estoy
loco.
Y efectivamente debo estar algo loco, porque no
conozco a nadie que esté cuerdo del todo.
Pero me temo que no es eso, si no que me lo dicen, porque busco respuestas a todo y eso no está bien. Especialmente para los que tienen las respuestas a todo, más que claras.
Porque, los que eso me dicen, son personas de
acrisoladas creencias.
En efecto, pensar y buscar respuestas, es algo muy
peligroso para quien cree que ya las tiene.
Le oía a Juan Manuel de Prada, que ha tiempo, la iglesia
católica prohibía la oración personal.
El católico, cuando rezaba, debía atenerse al canon
oficial de oraciones y no perderse por los cerros de Úbeda, dirigiéndose a Dios
como le sale del corazón.
Efectivamente, en estampas con oraciones al dorso pone; con licencia eclesiástica. No sé si se referiría también a eso.
Me parece algo demasiado, pero viniendo de quién
viene, es muy probable que sea cierto.
En este sentido, me cuadra lo de que no hay que
pensar demasiado, cuando viene de determinadas personas.
Efectivamente creo que pienso demasiado.
Pero no pienso al tun tun.
Pienso basándome en la sana doctrina dictada por
autores a los que la verdad les ha hecho libres y son dignos de ser escuchados.
Y dicho esto, cabe plantearse, ¿qué es la verdad?
Pienso sobre ello y a medio pensar, siempre hay
alguien que se me pone delante y me dice; ¡piensas demasiado!
A los que les respondo; pienso lo suficiente como
para no ser una acémila como tú.
Respondo por lo bajo, en silencio, porque el pensar
demasiado, me ha llevado a ser educado prudente y caritativo.
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