No pude estar en la Plaza de Colón de Madrid, por mi convalecencia. Escuché en la radio la homilía del Cardenal Rouco. Luego he leído que la convocatoria fue muy atendida.
Hacer acto de presencia esta mañana en la Eucaristía de las Familias, no era sólo una cuestión de católicos. La participación en la celebración litúrgica sí, la presencia no. Cualquier persona, de cualquier condición sexual o de cualquier ideología, que esté en su sano juicio, debe aprovechar estas ocasiones, las organice quien las organice, para mostrar su desacuerdo con un gobierno, el que sea, que lleve una trayectoria legislativa criminal y antinatural.
Intentar destruir la familia es un atentado a la ley natural y un genocidio cultural. Permitir el aborto, es simple y llanamente un crimen. Hacer leyes que estipulen el formato de ese crimen es lo que en términos legales se llama genocidio. En esta situación, quienes redactaran, promulgaran o aplicaran esas leyes, serían genocidas. Creo que es este el único delito del código penal español que no prescribe.
Los medios controlados por el gobierno, casi todos, quieren hacernos creer que defender la vida y la familia es una cuestión sólo de curas. No es cierto. La Iglesia católica es una de las pocas instituciones – la principal - que hoy se atreve a levantar la voz, pero son muchos los españoles, de toda condición, que están por esa labor. La minoría son ellos, los enemigos de la razón y de la vida. Por eso no está todo perdido porque “los malos” son un ídolo con los pies de barro… y la cabeza de estiércol.