martes, 23 de diciembre de 2008

La Iglesia en Extremo Oriente

Soy un mal lector porque leo varios libros a la vez. Naturalmente, no son novelas (una sí, de Julio Verne, “A través de la Estepa”; la recomiendo), porque de otra forma sería un verdadero lío.

Quizás leo varios libros a la vez porque así me lo pide el cuerpo y, siendo razonable, procuro satisfacerlo. De esas lecturas me surgen temas para meditar, por lo que resultan más lentas.

Todo este preámbulo viene a que deseo comentar una cita de un libro, que empecé a leer haces unas semanas, cuando me lo recomendó un sacerdote amigo. El libro tiene 84 páginas en un formato de bolsillo y la cita que traigo es de la página 25. ¡Varias semanas y en la página 25! Pues sí. Ya me he justificado de antemano.

El libro es “Cinco panes y dos peces” y su autor es Francisco Javier Nguyen van Thuan. Está prologado por el Cardenal Ricardo María Carles, que fue Arzobispo de Barcelona, de grata memoria para los buenos católicos catalanes.

Francisco Nguyen, después de una intensa y fructífera vida religiosa, fue nombrado por Pablo VI, en 1975, arzobispo coadjutor de Saigón, nombramiento que iría seguido de trece años de tortura en un “campo de reeducación” comunista, de esa izquierda cuyos primos hermanos tan bien conocemos en España. Sí, los mismos.

A lo que íbamos. Viéndose en la cárcel en unas condiciones extremas de soledad y de supervivencia, habiendo dejado tanta labor a medio hacer en un ambiente tan proceloso, el religioso desesperaba sometido a la inactividad y “separado de mi pueblo”, de su rebaño. “…Una tortura mental, en el vacío absoluto, sin trabajo, caminando en la celda desde la mañana hasta las nueve y media de la noche para no ser destruido por la artrosis, al límite de la locura…”. ¡Trece años!

En estas circunstancias, nuestro hermano nos dice: “…Una noche, desde el fondo de mi corazón, oí una voz que me sugería: “¿Por qué te atormentas así? Tienes que distinguir entre Dios y las obras de Dios. Todo lo que has hecho y deseas seguir haciendo: visitas pastorales, formación de seminaristas, religiosos, religiosas, laicos, jóvenes, construcción de escuelas, de hogares para estudiantes, misiones para evangelización de los no cristianos… todo eso es una obra excelente, son obras de Dios, pero ¡no son Dios! Si Dios quiere que abandones todas esas obras, poniéndolas en sus manos, hazlo pronto y ten confianza en Él. Dios hará las cosas infinitamente mejor que tú; confiará sus obras a otros que son mucho más capaces que tú. ¡Tú has elegido sólo a Dios, no sus obras!”…”.

Este es el motivo de mi escrito. Francisco Nguyen nos habla de una situación extrema que no es nuestro caso, pero ¿no podemos aplicar este razonamiento a nuestro día a día? ¿No hay momentos en los que parece que le decimos a Dios lo que debe hacer, en lugar de aceptar su voluntad? ¿No utilizamos demasiado a menudo tontas coartadas de trabajos anodinos, para rehuir nuestras verdaderas y primeras obligaciones hacia Dios? Incuso voy más allá y en muchas ocasiones veo que también algunos católicos no ya se refugian en sus menudas obligaciones domésticas para relegar a Dios, sino incluso para eludir los más elementales parámetros de la caridad hacia el prójimo.

Feliz Navidad.