A los progres les da risa eso del pecado. Puesto que uno de los caracteres de identidad de los progres es la incultura - labrada a golpe de tópicos - no es extraño que les dé risa eso que ellos llaman “invento católico” del pecado.
No entraré en este concepto complicado y profundo y daré por supuesto que el lector ha llegado más lejos en entender el significado del pecado, que el cerebro medio de la izquierda española.
Cualquier falta de caridad con los demás o con uno mismo, es motivo de pecado y como somos fundamentalmente egoístas, eso del pecado nos acompaña a todos, siempre.
A todos nos debe preocupar ser pecadores, tanto a creyentes como a no creyentes, pues a todos nos debe preocupar ser poco caritativos y, consecuentemente, egoístas. En términos laicos, malos remedos de los ricos conceptos cristianos, ser altruista es un valor y ser individualista es un contravalor.
Nadie está libre de miserias y todos llevamos nuestras limitaciones encima. Debemos asumir eso y esforzarnos por ser mejores, ya que ser perfectos es una utopía. La salvación no está en no cometer pecados, lo que es imposible, sino en arrepentirnos de los cometidos y luchar por evitarlos. En términos laicos, ser buenos ciudadanos no es ser perfectos, sino esforzarnos por ser solidarios, respetar a nuestros conciudadanos y procurar cumplir las leyes justas.
Todos los pecados minan el espíritu en mayor o menor medida. Pero es cierto que algunos son especialmente graves. Matar es un pecado mortal, o fornicar, o blasfemar… En este punto empieza a rechinar la visión agnóstica del mundo, propia de la izquierda y de algunos semovientes de la derecha, pues para ellos matar es un delito social grave, pero aceptan el aborto y la eutanasia; la fornicación se acepta socialmente salvo cuando es a uno al que le ponen los cuernos; blasfemar es simplemente una falta de educación, pero la mayoría se aferra al cura en el lecho de muerte...
Si leemos el mensaje de Jesús, vemos que hace mención explícita de algunos pecados, sin duda por su especial gravedad, como del asesinato (“…quien matare será condenado en juicio…” Mt. 5, 21), a la falta de caridad (“…quienquiera que tome ojeriza con su hermano, merecerá que el juez le condene…” Mt. 5, 22), a la violencia (“…todos los que se sirvieren de la espada, a espada morirán…” Mt 26, 52), al adulterio (“…cualquiera que mirase a una mujer con mal deseo hacia ella, ya adulteró en su corazón…” Mt. 5, 28)…
Pero nos debe sorprender y aleccionar la mención durísima a dos pecados; una forma particular de la blasfemia y el escándalo. De la primera dice; “… En verdad os digo, que todos los pecados se perdonarán a los hijos de los hombres, y aún las blasfemias que dijeren; pero el que blasfemare contra el Espíritu Santo, no tendrá jamás perdón, sino que será reo de eterno juicio…” (Mc 3, 28-29).
Del escándalo, nos dice Jesús; “…Imposible es que no sucedan escándalos; pero ¡ay de aquel que los causa! …” (Lc 17,1).
Es en este punto donde quería hacer énfasis. Si contemplamos la vida política, vemos en los políticos y en sus actos las miserias propias de nuestra naturaleza; el otro día yo mismo escribía sobre el rey de España y su cobarde adulación al presidente Zapatero. Procuraba no faltar a la caridad ni entrar en la difamación, pero también era prudente porque yo mismo, ¿no he adulado cobardemente a algún tercero en algún momento de mi vida? No pondría una mano en el fuego por mí, eso sí, con el atenuante de no tener la responsabilidad del monarca.
Pero cuando los hombre ofrecen como bueno lo que saben que es malo y cuando se empecinan en el pecado del escándalo, el asunto cambia de tono. Aspectos de la educación para la ciudadanía y toda esa miserable retahíla de aberraciones en el comportamiento humano, que el socialismo y sus colaboradores dan por naturales y buenas, entran de lleno en el pecado de blasfemia y de escándalo.
El escándalo es especialmente grave cuando afecta a los niños y a los que son como niños. Los socialistas y anejos se empeñan, día a día, en mal formar los cerebros de los críos, en perturbar sus conciencias y en inculcarles como buenas, situaciones y circunstancias malas, antinaturales y destructivas de la persona y de la sociedad y que atentan a la natural idea de Dios. Escandalizar es una grave responsabilidad de la que quizás los responsables no deban dar cuenta hasta el final de su existencia, pero para entonces, han de tener presente que “…el que escandalizare a uno de estos pequeñuelos que creen en mi, más le valiera que le colgasen al cuello una de esas piedras de molino que mueve un asno, y le hundieran en el fondo del mar…” (Mt 18, 6). Para una buena parte de la humanidad, esta es palabra de Dios.
Publicado en aragonliberal.es, el 14 de mayo de 2008