Vivimos en un momento cultural desconcertante, que sólo puedo interpretar planteándomelo como un momento de choque entre fuerzas opuestas, lo que crea el caos.
De un lado, está la fuerte tradición cultural occidental impregnada de la doctrina cristiana. Con sus claros y sus sombras, el saldo de esa tradición cultural cristiana ha dado el momento histórico al que hemos llegado, donde la ciencia, la técnica, la cultura y la sociedad han creado toda esa bondad y belleza que discurre desde El Quijote hasta la catedral de León, desde el derecho romano hasta la energía nuclear.
No me extenderé en esos argumentos. Pero reto al lector a que busque cualquier otra civilización en el planeta que haya conseguido esos logros. El cristianismo no descubrió la anestesia, pero el ambiente de estudio y libertad personal que creó la incorporación de la religión cristiana a la sociedad civil, fue la que propició y propicia todo nuestro desarrollo. Sí, a pesar de lo de Servet (murió quemado a manos de protestantes) y otros casos aislados. Insisto, medite el lector sobre semejante primavera de cultura en cualquier otra civilización o religión. No encontrará nada remotamente parecido.
De otro lado, como el hortera que compra la casona y la “restaura” añadiéndole mármoles y aluminios, hoy una corriente seudo-cultural quiere transformar nuestra sociedad creando argumentos vistosos pero absurdos, que sólo se mantienen por el enorme peso mediático. Por eso la cultura es la gran enemiga de esa modernidad.
El tratamiento de la vida es uno de los mayores absurdos de ese pensamiento “progresista” que, de forma desconcertante, sostienen tanto la derecha como la izquierda.
Para la modernidad, la vida parece ser un valor supremo. En la naturaleza, los ecologistas son los cancerberos de esta idea. Ni un árbol, ni un animal, ni una piedra, deben sufrir el ataque del hombre. Los ecologistas defienden a los bebés foca, a las águilas reales – incluso sus nidos - y a los bosques de encinas. Pero no defienden a los saltamontes, puesto que hay muchos. Ni a las vacas, porque están humanizadas. Ni a los pinos, porque son introducidos…
Según vemos, la “progresía” defiende la vida silvestre cuando es escasa, pero no le da importancia cuando es abundante o no autóctona. Es decir, no defiende la vida, sino la escasez o la rareza.
En la sociedad humana, la modernidad defiende la vida luchando contra la pena de muerte y extendiendo la medicina a todos. Pero mata a los fetos y promueve la eutanasia…
Vemos también aquí, que en la sociedad humana la progresía defiende la vida cuando es útil socialmente, y no la defiende cuando la vida no tiene utilidad productiva. Es decir, no defiende la vida, sino su utilidad o productividad.
Analizado fríamente el concepto que tiene de la vida la progresía, al lector le parecerá que tal concepto es incoherente y por lo tanto no le servirá para analizar situaciones nuevas. Efectivamente el planteamiento es incoherente y de darse esas situaciones nuevas serán los medios de comunicación controlados por la progresía los que le dirán a la sociedad cómo debe reaccionar ante las novedades.
La vida es un valor absoluto o relativo. Si es un valor absoluto, estamos todos de acuerdo. Pero la modernidad, mientras que dice que la vida es un valor absoluto, actúa como si fuera un valor relativo y es el poder quien determina cuándo la vida vale o no vale. Si la población no estuviera engañada no votaría nunca por esta postura, como lo está haciendo, pues se encontraría indefensa frente a los designios del poder. Es así que podemos comprender cómo una joven dejará a su padre en la puerta de un hospital para una actuación médica rutinaria y al pasarlo a recoger poco después, su padre era un cadáver. Un tal Montes, médico socialista de ese hospital, había valorado la vida de aquel hombre y determinado que no era una vida útil o rentable, y había acabado con ella. Su actividad sistemática en ese sentido mereció el encomio del gobierno socialista.
Ninguna persona en su sano juicio dejaría su vida a la decisión arbitraria de una instancia política. Y sin embargo media España vota al partido socialista.
Pero la otra España, ¿a quién vota? ¿el voto a la derecha le garantiza la vida? Sin duda no.
Mi opinión antes de las pasadas elecciones generales era que si la derecha hubiera alcanzado el poder, la paralización de los supuestos que autorizaban el aborto y la represión de los abortos ilegales hoy institucionalizados, habría sido un fuerte freno a esa modalidad de crimen. No era una buena solución, pero entendía era la mejor solución como medida de primera instancia. No me tachen de canelo; siempre he sido consciente de que los dos partidos dominantes en España son franquicias de una misma marca. Pero en ese momento me parecía bueno el juego de “policía bueno, policía malo”.
Sin embargo, la situación de degradación moral de media nación ha dejado claro al titular de la franquicia que comparten ambos partidos mayoritarios, que da lo mismo todo y que semejante adocenamiento no merece ni disimulo, por lo que la derecha ha entrado también en la dinámica del descaro y se ha marcado un tiempo postelectoral de desenfadada burla de su elector de buena fe.
Esto no es malo, sino todo lo contrario, porque ahora ya sabemos de cierto dónde estamos todos.
La derecha que representa el Partido Popular mayoritario en la oposición, tampoco garantiza la sangría de inocentes que sufre España día a día, en un trágico record con el resto de países desarrollados, de hecho el único récord junto al nivel educativo más bajo, el de la población más vieja y el de paraíso de delincuentes y proxenetas.
El concepto de la vida de quienes nos gobiernan - y de quienes tienen por número de votos una posible alternativa a gobernarnos – es el mismo, con diferente grado de radicalidad, pero el mismo. Y ese concepto de la vida hemos visto que es incoherente y se mantiene artificialmente a través de los medios de difusión, mayoritariamente en manos o influidos por el poder.
No habría que ir más lejos para repudiar la idea “progresista” de la vida. De hecho ningún “moderno” cabal, de haberlo, le llevará la contraria a usted si le plantea, en los términos en que lo hemos hecho, esa incoherencia de planteamiento sobre la vida. Sin embargo, hay un pero.
Ese pero está en que los “modernos” discuten sobre si el no nacido tiene derechos o no. Sobre si es persona o no. Y argumentan, con énfasis pero sin datos, que el no nacido no es persona y como no tal, no tiene derechos y al no tener derechos puede ser extirpado como un grano.
Hasta ahora hablábamos de incoherencia en el planteamiento de la vida por parte de los “progresistas”. Podemos añadir de ese silogismo, en el que la primera premisa es errónea, que la idea de la vida de los “progres” es, además de incoherente, falsa. Y del conjunto de esas ideas incoherentes y falsas, surge la evidencia de que esos “modernos” defienden, por estupidez o malicia, un concepto antinatural de la vida. Y un planteamiento de ese género lleva, indefectiblemente, a la destrucción de la sociedad que lo adopta.
Pero eso lo discutiremos otro día.
Publicado en aragonlibersal.es, el miércoles 30 de abril de 2008.