Ayer fui al cine, mi segunda sesión de este año, a ver “Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal”, la cuarta aventura de Indiana Jones (Harrison Ford), dirigida también por Steven Spielberg.
De la primera línea se deduce que no soy un gran aficionado al cine, pero sin serlo tengo mi gusto y criterio. La película me entretuvo, técnicamente está muy bien realizada, pero el guión se ha pasado de vueltas. Fue la decepción, pues fui a ver una película de aventuras y me encontré con una película de ciencia ficción.
La historia corre en torno a las peripecias del protagonista siguiendo a una calavera de cristal. No voy a fastidiar el argumento pero remito al lector a consultar en internet el asunto de las calaveras de cristal y en la historia más fantasiosa de esas calaveras, encontrará el argumento de nuestra película.
He leído críticas en las que justifican el desquiciado guión alegando que la calavera de cristal es un MacGuffin (expresión cinematográfica acuñada por Alfred Hitchcock) o recurso argumental intrascendente para justificar la acción de los actores. Según este criterio, la calavera de cristal podría haber sido cualquier otro tesoro y el argumento hubiera sido el mismo. No es así.
“Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal” es un refuerzo a la insolvente y acientífica teoría del New Age, ese paganismo moderno que quiere sustituir el concepto de Dios por el de extraterrestre hipertecnológico que nos va a resolver todos los problemas de enfermedad, hambre y sufrimiento, obviando la idea de trascendencia que para esos “hermanos” es anecdótico.
El guión de referencia se basa fielmente en la leyenda de las referidas calaveras de cristal, que proceden de pretendidas civilizaciones precolombinas. Estas calaveras, dice la leyenda, realizadas con tecnología inexistente en nuestro planeta, datan de hace más de tres mil años y fueron realizadas sin duda por seres de otros planetas. Por descontado, poseen propiedades perturbadoras. Algunas están en manos privadas y otras en museos públicos. Una de ellas en una sección del Museo Británico.
Naturalmente, esta leyenda es fruto de la calentura de visionarios o aventureros que recurren al argumento anímico para aumentar el precio de las tallas. El cráneo mejor estudiado, el del Museo Británico, ha dado como resultado que se talló en el siglo XIX con instrumentos de joyería de la época y, por descontado, carece de ninguna propiedad esotérica. Las opiniones serias sobre esas tallas no dan ninguna credibilidad a sus orígenes, hasta el extremo de que no se ha considerado necesario invertir mayores recursos para su estudio.
No enredaré más sobre estas calaveras, salvo para decir que en un video sobre la más famosa de ellas, en posesión de su descubridora, aparece la interesada con unos técnicos que analizan por encima el objeto. Los técnicos dicen que es una muy buena talla, que si fuera como se ha datado del S XV sería una obra artesanal excelente e inédita y punto. La traducción de estas observaciones por la misma propietaria, en el mismo video, es que ella sabe, porque se lo dijeron unos nativos mayas, que la calavera data de hace tres mil años y que posee poderes de predecir acontecimientos. Naturalmente, el precio de la talla y los ingresos por mostrarla y hablar sobre ella serían diferentes en uno u otro caso.
En fin, algo decepcionante en el fondo, aunque vistoso en la forma. Al salir del cine, no le da a uno la sensación de que le han robado el precio de la entrada, pero sí de que le han tomado por tonto.
Es decepcionante que Spielberg, que parecía un judío serio, aunque ignoro si practicante, se sume a ese “comecocos” del New Age, la nueva conciencia impuesta a martillazos.
Publicado en aragonliberal.com y en aragonliberal.es