Quería titular este escrito “Seamos maleducados”, pero pensé que en un periódico digital de buen tono como es éste, quizás escandalizaría a los lectores. Por eso me he reprimido.
Después de esta presentación, creo que poco detalle ha sido el de un título tan comedido. Pero antes de juzgar, déjenme que cuente un episodio que me hizo volverme maleducado. Lo he relatado en otros lugares, pero como ha sido un hito en mi formación moral, no me importa repetirme por si puedo convencer a mis prójimos que ellos también sean maleducados.
El marco es un viaje por la España remota estudiando aspectos de su naturaleza. De posada en posada, recorría los parajes con un compañero que recientemente había vuelto de Colombia donde durante un tiempo había estado recorriendo en piragua, solo, poblados perdidos en la selva, como misionero seglar católico.
La primera noche empezamos la cena tan generosa como humilde, en un sencillo hospedaje de no recuerdo qué pueblo. Al acabar la ensalada, mi compañero rebañó con pan la fuente en que nos la habían servido. Lo hizo con tanta efusión que en broma, la confianza lo permitía, le dije: “Chico, es de mala educación rebañar de esa forma”. Sin inmutarse ni mirarme, enfrascado en su empeño, me contestó: “Si vieras el hambre que hay en el mundo, harías lo mismo”. Algo atravesó mi alma. No me hice de rogar, cogí pan y me puse concienzudo a no dejar rastro de comida en el plato. Y mientras, decidí que en lo sucesivo, sería maleducado.
Las normas de educación no siempre son adecuadas. Es correcto mirar al fondo del vaso mientras se bebe. En la antigüedad, en que los vasos eran de barro o metal, beber con la mirada escrutante era signo de desconfianza hacia el compañero de mesa, pues le mostrábamos que estábamos atentos a cualquier maldad que nos quisiera hacer mientras teníamos la mirada cegada por el vaso. Por el contrario, tener la vista fija en el fondo del vaso era signo de confianza. Algo similar está en darse la mano derecha en el saludo, expresión de que la mano que usaba el arma estaba desarmada y en el apretón, ocupada para no empuñar la espada o el puñal. Sin duda era un signo de confianza del uno en el otro… salvo que uno fuera zurdo.
Seguir estas normas que hoy son de educación, no es bueno ni malo, más bien tonto. Los vasos son hoy de cristal y es muy difícil, salvo que uno beba en ambientes hampones, que le endiñen una coz aprovechando la distracción durante la bebida. Darse la mano es antihigiénico. Los orientales, más listos, se saludan con una inclinación de cabeza. Tocarse es una familiaridad excesiva en la mayoría de los casos y, casi siempre, cínica. Omito el calificativo para los “muás” hoy de moda, para no ofender al lector que se preste a esa práctica… de acuerdo, yo también, ¡pero forzado por las circunstancias!
Otras normas de educación son claramente nefastas y deben erradicarse. Ya he comentado la de rebañar el plato, que va acompañada de dejarse algo de comida, originada en la expresión de mostrar que no se tiene hambre, que se va sobrado. De acuerdo que se debe rebañar de forma cuidada, pero se debe hacer y, desde luego, no se ha de dejar nada de comida en el plato. Un cristiano no debe permitir que se tire comida. Lo mismo al referirnos a la bebida. Una familia que había acogido a una muchachita saharaui me comentaba que el primer día, al acabar la comida, la chiquita se levantó de la mesa y con cuidado fue vertiendo las sobras de agua de cada vaso en la botella, para usarla en la próxima comida. La economía es una buena razón para esta última actitud, sin duda exagerada en nuestro ambiente, pero la razón definitiva e inexcusable es la solidaridad con nuestros hermanos que pasan estrecheces.
Otras normas de educación son encomiables, pero deben adoptarse sabiendo por qué se hacen, no sólo “porque son de buena educación”, que es no ser nada. Cuando vamos por la calle, si la acera es estrecha, debemos dejar el interior a la persona que nos acompaña si ésta es más frágil que nosotros (una persona mayor, alguien con algún impedimento, un niño…). Cuando el urbanismo no estaba tan desarrollado y los carros se conducían con menor precisión, el margen de las calles era el lugar más seguro. Hoy también, aunque en general es menos necesario. Esa actitud muestra nuestra consideración para con el prójimo, prefiriendo arriesgar nuestra integridad a la suya. Es una expresión de amor, de caridad. Es una buena norma. Como lo es dejar pasar en lugares estrechos al que nos viene por el otro lado y con quien coincidimos, o ceder la tanda cuando topamos con otra persona en el mismo objetivo. Son muestras de respeto y amor hacia el prójimo. No es educación, es caridad.
Cada uno encontrará sus ejemplos. Me ratifico en la expresión con la que iniciaba este escrito, “seamos maleducados” y sustituyámosla por “seamos caritativos”. Las normas de educación son un mal remedo de la caridad que nos enseñó nuestro Señor. Están bien para el pagano o para el agnóstico, que no tienen otra forma de regular su convivencia, pero son superfluas e incluso en algunos casos negativas para el cristiano, que se debe regir por la norma perfecta de la caridad.
Sugiero al lector que profundice en nuestros queridos san Pascual Bailón, san Pío de Pietrelcina, santa Teresa de Jesús, beato Rafael, por citar a personas que me son entrañables. ¿Pensamos en ellos como personas bien educadas? ¡ca, menuda banalidad! Si leemos con cuidado sus vidas, veremos que incluso eran “maleducados”. ¡Benditos maleducados!
Escrito para aragonliberal.es, el 7 de junio de 2008.