Hace un par de días, saliendo de una ceremonia religiosa a la que fue invitado, me presentaron a una señora que era pariente de una amiga, en fin, una de esas cosas protocolarias. Luego me dijeron que esa señora era militante de un grupo católico muy ortodoxo, lo que es anecdótico si no fuera porque esa circunstancia es la que motiva mi reflexión.
Cruzamos cuatro palabras y no recuerdo a causa de qué observación de una tercera persona relativa a su edad, mi interlocutora por coquetería (a pesar de la edad septuagenaria tenía un aspecto excelente) comentó lo mucho que se vivía antes y citó la edad de Matusalén. De Matusalén, hijo de Enoc (Gén 5, 21), nos dice la Biblia que “…fueron todos los días de Matusalén novecientos sesenta y nueve años, y murió” (Gén 5, 27).
Le hice observar, con la mayor inocencia y mostrando mi absoluto desconocimiento del sexo femenino, que la esperanza de vida de hoy es mayor que la de la antigüedad y que las edades que atribuye el Génesis a algunos de sus protagonistas es un dato a tomar como expresión literaria sin pretensiones de exactitud.
Y aquí empezó mi desconcierto. Mi simpática interlocutora se escandalizó porque yo había dicho que “toda la Biblia era un cuento”. Yo insistía; “No, señora, sólo digo que el Génesis utiliza unas edades exageradas para sus protagonistas”… “¡toda la Biblia un cuento!”, insistía la buena mujer haciendo oídos sordos a mis razones, asustada del hereje, el que suscribe.
Hasta aquí la anécdota. Ahora la reflexión. ¿Cómo podía una persona de clase media alta, integrante de un grupo católico activo, actuar de esa forma? Por un lado, mostrando absoluta intransigencia hacia una observación tan inocua. Por otro lado, no teniendo más argumento, que poner en mi boca un disparate. ¿Qué imagen dará de los católicos cuando con la misma insolvencia y malicia discuta con terceros sobre el aborto, el preservativo o la clonación? ¿Sabrá lo que es la clonación?
Cuando un católico no tiene argumentos para defender lo que dice, es mejor que se calle. Pero como es obligación de los católicos no ocultar su fe y mantenerla, también lo es formarse en ella y más hoy, cuando tanta mentira maquillada o verdades a medias difunden los medios para desconcertar a las personas de buena fe. A este respecto, en marzo de 1979, el Santo Padre Juan Pablo II se dirigía a un grupo de jóvenes animándoles con las palabras del Apóstol Pedro: “Sed firmes en la fe”, y añadía “...Sedlo ante todo mediante el conocimiento profundo y gradual del contenido de la doctrina cristiana. No basta ser cristianos por el bautismo recibido o por las condiciones histórico-sociales en que se ha nacido o se vive. Poco a poco se crece en años y en cultura, se asoman a la conciencia problemas nuevos y exigencias nuevas de claridad y de certeza. Es necesario, pues, buscar responsablemente las motivaciones de la propia fe cristiana. Si no se llega a ser personalmente conscientes y no se tiene una comprensión adecuada de lo que se debe creer y de los motivos de tal fe, en cualquier momento puede hundirse fatalmente y ser echado fuera, a pesar de la buena voluntad de padres y educadores.…”.
Volviendo a la observación sobre edades que motivó estas líneas y para no dejar duda al lector sobre mi postura al respecto, diré que soy extremadamente cuidadoso con mis lecturas y que dio la casualidad de que el día anterior a la discusión estaba releyendo el libro del Génesis, primero del Antiguo Testamento, en la nada dudosa versión de Nacar y Colunga, editada por la B.A.C. La versión que leía tiene notas y una de ellas, la número 5, dice al respecto de lo que nos ocupa: “Esta lista genealógica de los patriarcas antediluvianos es artificial e incompleta. Las edades son inverosímiles, y su longevidad responde a la necesidad de llenar el vacío histórico de varios miles de años con unos cuantos personajes que flotaban en la tradición sin contornos geográficos ni cronológicos. Son piedras miliarias que señalan la dirección, no la distancia (San Agustín)”.
Publicado en aragonliberal.es, el 10 de junio de 2008.