Hola lector. Voy a hablar por boca de ganso, de algo que conozco poco o nada, pero que me sedujo cuando, hace años me lo comentó Agustí Miarnau, un querido misionero claretiano, ya fallecido, del que te he hablado en este blog.
Se trata
de las almas expiatorias.
En
Internet no he encontrado nada que explique con autoridad y detalle, cuál es el
contenido de este concepto.
Sólo
tengo el recuerdo de la conversación con el padre Agustí, en un día soleado en
el que vino a comer a casa. Y con ese recuerdo, voy a intentar reconstruir lo
que pueda. Si en algo yerro es mi culpa y culpa de mi memoria.
Una
pista que me ha resultado importante para mi búsqueda, es que recuerdo que me
citó como ejemplo de alma expiatoria, a Santa Teresita del Niño Jesús.
Por
eso ante la dificultad de encontrar material sobre este tema buscando por alma
expiatoria, he buscado por Santa Teresita del niño Jesús. El
resultado ha sido exitoso, lo suficiente como para que me atreva a transcribir
mi recuerdo de la conversación con el padre Agustí.
El
alma expiatoria es aquella que se ofrece a Dios para sufrir por los pecados de
otras personas, ayudando de esta forma a las personas socorridas, a aliviar las
penas del purgatorio.
Llegados
aquí puedes plantearte, querido lector, el dejar de leer esta entrada, pues salen
demasiados conceptos complejos y profundos cómo para digerirlos si no eres
creyente. Quizás incluso te cueste digerirlos si lo eres.
Debo
recordarte que ni soy nadie ni tengo ninguna relación, ni aunque sea lejana,
con la Iglesia Católica salvo, naturalmente, estar bautizado.
Mi
opinión se basa exclusivamente en mi sentido común.
El recuerdo de esta conversación me acompaña desde que la mantuve e hizo sus efectos.
Pero no sabía cómo abordar el tema hasta que no me vino a la cabeza la
práctica católica de infringirse sufrimiento o mortificación por distintos medios.
Me
pareció que a Dios no debe gustarle que sus hijos se hagan daño y menos en su
nombre.
Eso
dio pie a que me planteara el tema de las almas expiatorias.
Temo
no saberme explicar, por lo que te ruego lector, tu caridad al interpretarme.
Me
parece de más riqueza espiritual ofrecerse libremente a Dios para que Él envíe, a Su voluntad, a quien se ha ofrecido, las privaciones y miserias que crea
convenientes, para que puedan ayudar a otras almas que lo necesiten.
Ciertamente
es más pleno este ofrecimiento que el infringirse dolor físico, pero también es
cierto que precisa de más valor y mayor confianza en Dios, pues queda uno
completamente desnudo frente a la voluntad del Creador.
Pero
si la confianza es total, ¿qué más da cómo quede uno?
Está
práctica es habitual en las personas integradas en las órdenes contemplativas,
que hacen entrega completa de su vida a Dios.
Me
pregunto si esto es viable en la vida de una persona que se desenvuelve en el
mundo.
En la vida contemplativa hay una disciplina y no hay estorbos en la oración, por lo que la dedicación puede ser más intensa. Hasta el punto de que esa entrega es en favor de toda la Humanidad.
Es una ofrenda de amor al prójimo
indiscriminada y total.
También
ha sido así en los santos.
¿Pero
cabe un término medio en el vulgar de los mortales?
Debe
de caber. En este caso, el ofrecimiento puede aplicarse a almas de personas queridas
vivas o fallecidas, cuyo amor hacia ellas coadyuve a soportar las penas que
hemos ofrecido.
Esta entrega de nuestra alma a Dios, debe ir acompañada de una petición, para que el Señor nos ayude a sobrellevar los sacrificios que nos envíe, a los que no ponemos más condición ni límite, que Su voluntad.
Si
existe una verdadera confianza en Jesús, no nos ha de preocupar el
desequilibrio entre nuestro ofrecimiento y Su voluntad.
Oferta
de nuestra alma y firme voluntad de llevar con dignidad, siempre de su mano, lo
que el Señor quiera designarnos.
Este
ofrecimiento no es fruto del raciocinio o de un planteamiento sereno, sino que
te ha de brotar del corazón, como una inspiración, como un pulso.
Ha
de ser un ofrecimiento que te surja con el natural miedo al dolor que pueda
enviarte un ser al que, sin conocer, desde tu indignidad amas con todas tus fuerzas.
Ha
de ser como una vocación que te arrolla ya la vez te abruma y amedranta, pero
con la que sigues adelante sin entender por qué, pero empujado por algo que
sabes que es bueno.
¿Cómo
sabes que Dios aceptado tú ofrecimiento? Eso no debe preocuparte, lo sabrás.
Y si
en el tiempo, en algún momento, flaqueas, en lugar de rendirte, sentirás la
necesidad espiritual de renovar al Señor tu ofrenda. Y como en toda renovación,
será con más fuerza y con más ánimo, pues ya has visto el camino.
¿Se
ha de ser santo para ser un alma expiatoria?
Imagino
que no. Si además se tienen virtudes heroicas, entonces se tratará de un santo.
Pero, como en todo, habrá grados.
No me hagas mucho caso. Como te he dicho al principio, hablo por boca de ganso
y sin más referencia, que una conversación informal, en un paseo bajo el sol,
con un querido sacerdote, misionero claretiano, que ya no está entre nosotros.
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