Tener
fe, es creer en aquello que no se ve.
¡Menuda
tontería de definición! ¡No debe ser buena, porque se entiende todo!
Pues
es esa la definición de fe, que me enseñaron los Escolapios cuando era chico.
Es
la mejor definición de fe que he conocido.
Cuando
me supo a poco y quise avanzar, me sirvió mucho una conferencia sobre la fe, del
jesuita padre Carreira (La Coruña, 1931- Salamanca, 2020).
Y
aquí acaban todas mis citas sobre el asunto.
En
mi larga búsqueda de una buena definición de fe no he encontrado más que falsa
erudición y un salirse por la tangente para evitar el meollo de la cuestión,
que en su simplicidad es muy complejo.
Si
fuera un catequista, un académico o un profesional de la teología, se me podría
tachar de fracasado al no hacer citas más eruditas.
Pero
como no soy nada de eso, no se me puede acusar de fracasado, sino de sintético,
porque tirando del ovillo de esas dos citas se puede construir un edificio
importante.
Ante
tan poca fertilidad, he decidido hacer mi propia definición de fe, en base a las
dos únicas fuentes coherentes en las que me baso; los Escolapios y Carreira.
Efectivamente
tener fe es creer en algo que no se ve.
San
José de Calasanz fundó la Escuela Pía para enseñar a niños pobres.
Un
niño por ser niño tiene pocas entendederas y por ser pobre poca cultura.
Por
eso, enseñar a un niño pobre algo tan complejo como el concepto de fe, solo lo
puede hacer alguien que tiene el carisma de entenderse con personas sencillas.
Tener
fe es creer en algo que no se ve. ¡Magnífico, genial!
Eso
lo entendemos todos.
De
ahí, que enseguida veamos que todos los hombres tenemos fe en algo o en
alguien.
Incluso
los que dicen no tener fe en nada, tienen fe en que su convicción es cierta.
Hay
hombres que creen que la tierra es redonda y otros que la Tierra es plana.
Sí,
hoy en día, hay hombres que creen que la Tierra es plana.
Hay
quienes creen en los unicornios rosas y quienes creen que en Nueva York hay
rascacielos.
Bueno
ya hemos entendido que tener fe es creer en lo que no se ve.
Pero
a la vista del inventario de creencias que he citado, vemos enseguida que hay fes
racionales y fes irracionales.
No
hay pruebas de que existan unicornios rosas. Creer en ellos no es razonable.
Está
sobradamente probado que en Nueva York hay rascacielos. Aunque uno no los haya
visto, es razonable tener fe en ello.
Hemos
visto lo que es tener fe y hemos visto que hay fes racionales y fes
irracionales.
¿Nosotros
como hombres racionales, qué fe debemos tener?
Pues
naturalmente una fe racional.
Es
decir, una fe que se pueda demostrar.
No
una fe de unicornios rosas, sino una fe de rascacielos en Nueva York.
Podríamos
hablar de muchos ámbitos de la fe, pero me voy a centrar en el más sobado y
controvertido, en el ámbito religioso.
¿Es
una fe racional creer en Dios?
Primero
vamos a ver qué entendemos por Dios.
Todo
el Universo que nos rodea no ha existido siempre si no a partir de un
determinado momento, que hoy se tiene determinado creo que en unos 4000
millones de años.
Es decir,
el Universo se creó en un determinado momento, no sabemos cómo ni por quién.
Pues
bien, a ese quién, le llamamos Dios.
Dios
es quién creó el Universo.
En consecuencia,
creer en Dios es un acto de fe racional ya que el Universo existe y en algún
momento tuvo que ser creado, pues es irracional pensar que surgió del azar.
Si al llegar aquí hemos entendido lo que es la fe y qué tipo de fe debemos cultivar, ya hemos recorrido mucho camino.
Pero empieza aquí lo difícil.
Hago un inciso.
Sé que soy demasiado rápido y sintético. Es uno de mis muchos defectos.
Una
vez, mi querido amigo el padre Collantes, cura rural, después de leer un libro
mío me dijo: De cada capítulo se podría escribir un libro.
Es
cierto, pero creo que escribo para personas que ya saben y no quiero aturdirles
con relato. Sólo argumentos.
Se
acabó el inciso.
Es tan
contundente el hecho de que el Universo no surgió del azar y fue creado por
alguien, que cada grupo humano con dos dedos de frente que ha pensado sobre
ello, ha llegado a la misma conclusión de que hay un creador.
Pero
lo que discuten es quién es ese creador.
Hay
diversas, incluso diría muchas, versiones de ese creador, todas distintas,
contradictorias y a veces incluso sin ningún elemento común.
No pueden
ser todas las versiones buenas y al ser tan distintas tampoco podemos suponer
que haya dos o tres buenas y el resto malas. Las secuelas que trae el aceptar
una versión u otra son tan complejas, que las hacen incompatibles.
Cuando
unas se derivan de otras está claro que prevalece el original.
Y
cuando aparecen versiones de ese creador, que son una mezcla de otras visiones
distintas está también claro que prevalece alguno de los originales.
Descartamos
pues copias y sincretismos, que es como se llaman esas mezclas de religiones.
Es
puro sentido común.
Con
eso queda el panorama muy despejado.
Y de
lo que queda debemos buscar cuál de esas versiones del creador tiene bases
históricas más sólidas y más coherencia en los planteamientos y con el tiempo.
Como
mi frágil cerebro se pierde en el argumento, debo repasar lo que hemos dicho hasta
ahora.
Primero
que es la fe.
Segundo,
que hay fe racional y fe irracional.
Tercero,
que nosotros como hombres racionales debemos buscar una fe racional.
Cuarto,
que la fe religiosa es una fe racional.
Y
quinto, que entre las diversas fes religiosas debemos de buscar la más
coherente en su estructura y la que mejor se entronque con la vida del hombre.
Es decir que no sea una entelequia filosófica sino una estructura de pensamiento
práctica para el desarrollo de la vida del hombre, en la dignidad que le
corresponde.
¿Cuál
de las fes religiosas que hoy conocemos, se adecua más a estos requisitos?
Para
todas, el creador es desconocido pues su naturaleza infinita es incompatible
con nuestro alcance de pensamiento.
Sin embargo,
hay una especialmente seductora, porque aceptando la inaccesibilidad al
concepto de creador, ha incorporado una figura que es ese creador hecho hombre
para hacerse accesible a la Humanidad.
Esto
es muy humano y a la vez muy divino, porque, el que un ser infinito acceda a
hacerse finito para que lo que ha creado pueda disfrutar de él, es humano por
cuanto lo podemos entender como un acto de caridad muy grande y además es
divino, pues sólo un ser infinito tendría y llamémosle, el valor, de hacerse
finito, mostrando así una confianza infinita en su poder.
Confianza
en saber que nadie le va a quitar el sitio por bajarse de rango, ni de
que nadie le va a perder el respeto por ser menos.
Esa
es la síntesis de la fe cristiana.
Una
fe que, como vemos, es conceptualmente es muy sólida y a la vez muy
comprensible.
Podría
parecer que el ser tan comprensible la podría hacer frágil.
Pero
han pasado cuatro mil años de la historia del hombre, desde que se dio a
conocer y permanece hoy tan sólida como entonces. Ese es otro fiel de contraste
de esa fe, su entronque con el día a día del devenir humano durante tantos
milenios.
Pero
volvamos a la figura del hijo hecho hombre.
Eso
que en cualquier organización humana haría desintegrar el poder, perder protagonismo,
en el cristianismo no solo no ha afectado al poder del Padre, sino que el Hijo
despierta tanto atractivo, que millones de personas han dado su vida por él.
Aquí
se nos podría plantear un problema de fe.
Si
es fe racional creer en Dios como creador, ¿lo es también creer en el Hijo de
Dios?
Ese Hijo
de Dios es un personaje histórico llamado Jesús de Nazaret.
Jesús
es un personaje histórico bien documentado por diversas fuentes, al que se le
reconocen milagros y prodigios.
Sus
enseñanzas han perdurado durante dos mil años en una sociedad abierta y
cosmopolita y a su sombra ha nacido la civilización más próspera y en muchos
aspectos sublime de la Humanidad.
Creer
en Jesús es racional. También es racional la fe en la Sagradas Escrituras,
avaladas por la Tradición y por la ciencia histórica y arqueológica.
Hablo
a día de hoy si temor al futuro, pues a medida que el conocimiento humano va
avanzando, se van descubriendo nuevos datos sobre la veracidad de lo que narran
las Escrituras.
Por
eso creer en ellas forma parte de la fe racional.
El
entramado histórico teológico y arqueológico de la sagradas Escrituras es tan íntimo,
que da base más que suficiente, para que sea objeto de una fe racional.
Todos
los datos y acontecimientos fehacientes que aparecen en las sagradas Escrituras
darían pie para llenar muchos libros.
Mi
escasa capacidad, competencia y lo pobre de mis conocimientos me permiten tan
sólo emborronar las escuetas notas, que junto en momentos bajos en este blog y
en opúsculos que llamo libros.
He esbozado
los argumentos que considero, para afirmar la fe en el Padre y en el Hijo son
fes racionales.
Pero
en el cristianismo hay una tercera persona, El Espíritu Santo.
Porque
la fe cristiana se basa en la Trinidad.
Es
un verdadero acto de fe creer en la Trinidad, en algo que se llama misterio de
la Santísima Trinidad.
Porque
a Dios Padre y a Dios Hijo se suma Dios Espíritu Santo, tres personas y una
naturaleza.
El
espíritu Santo es la presencia de Dios en el mundo, reiteradamente evocado en
las Sagradas Escrituras en acontecimientos puntuales de los que se conoce por
testimonios su proceso material y por la Historia sus secuelas espirituales.
Por
tanto, aceptada la fe en las Escrituras no cabe sino aceptar que la fe en el
misterio de la Santísima Trinidad, es una fe racional, aunque sea la fe en un
misterio.
(Quizás
continuará).
Aunque si tienes interés en esto, quizás te convenga más preguntar a un catequista de alguna parroquia católica, que leer a un desconocido.
Esta
entrada forma parte de mi obra inédita; "Teología del sentido común. El
conocimiento de Jesús para analfabetos e indocumentados de buen corazón."
No hay comentarios:
Publicar un comentario