domingo, 30 de octubre de 2022

“Fe”, una palabra que todos usan, pero menos conocen.

Tener fe, es creer en aquello que no se ve.

¡Menuda tontería de definición! ¡No debe ser buena, porque se entiende todo!

Pues es esa la definición de fe, que me enseñaron los Escolapios cuando era chico.

Es la mejor definición de fe que he conocido.

Cuando me supo a poco y quise avanzar, me sirvió mucho una conferencia sobre la fe, del jesuita padre Carreira (La Coruña, 1931- Salamanca, 2020).

Y aquí acaban todas mis citas sobre el asunto.

En mi larga búsqueda de una buena definición de fe no he encontrado más que falsa erudición y un salirse por la tangente para evitar el meollo de la cuestión, que en su simplicidad es muy complejo.

Si fuera un catequista, un académico o un profesional de la teología, se me podría tachar de fracasado al no hacer citas más eruditas.

Pero como no soy nada de eso, no se me puede acusar de fracasado, sino de sintético, porque tirando del ovillo de esas dos citas se puede construir un edificio importante.

Ante tan poca fertilidad, he decidido hacer mi propia definición de fe, en base a las dos únicas fuentes coherentes en las que me baso; los Escolapios y Carreira.

Efectivamente tener fe es creer en algo que no se ve.

San José de Calasanz fundó la Escuela Pía para enseñar a niños pobres.

Un niño por ser niño tiene pocas entendederas y por ser pobre poca cultura.

Por eso, enseñar a un niño pobre algo tan complejo como el concepto de fe, solo lo puede hacer alguien que tiene el carisma de entenderse con personas sencillas.

Tener fe es creer en algo que no se ve. ¡Magnífico, genial!

Eso lo entendemos todos.

De ahí, que enseguida veamos que todos los hombres tenemos fe en algo o en alguien.

Incluso los que dicen no tener fe en nada, tienen fe en que su convicción es cierta.

Hay hombres que creen que la tierra es redonda y otros que la Tierra es plana.

Sí, hoy en día, hay hombres que creen que la Tierra es plana.

Hay quienes creen en los unicornios rosas y quienes creen que en Nueva York hay rascacielos.

Bueno ya hemos entendido que tener fe es creer en lo que no se ve.

Pero a la vista del inventario de creencias que he citado, vemos enseguida que hay fes racionales y fes irracionales.

No hay pruebas de que existan unicornios rosas. Creer en ellos no es razonable.

Está sobradamente probado que en Nueva York hay rascacielos. Aunque uno no los haya visto, es razonable tener fe en ello.

Hemos visto lo que es tener fe y hemos visto que hay fes racionales y fes irracionales.

¿Nosotros como hombres racionales, qué fe debemos tener?

Pues naturalmente una fe racional.

Es decir, una fe que se pueda demostrar.

No una fe de unicornios rosas, sino una fe de rascacielos en Nueva York.

Podríamos hablar de muchos ámbitos de la fe, pero me voy a centrar en el más sobado y controvertido, en el ámbito religioso.

¿Es una fe racional creer en Dios?

Primero vamos a ver qué entendemos por Dios.

Todo el Universo que nos rodea no ha existido siempre si no a partir de un determinado momento, que hoy se tiene determinado creo que en unos 4000 millones de años.

Es decir, el Universo se creó en un determinado momento, no sabemos cómo ni por quién.

Pues bien, a ese quién, le llamamos Dios.

Dios es quién creó el Universo.

En consecuencia, creer en Dios es un acto de fe racional ya que el Universo existe y en algún momento tuvo que ser creado, pues es irracional pensar que surgió del azar.

Si al llegar aquí hemos entendido lo que es la fe y qué tipo de fe debemos cultivar, ya hemos recorrido mucho camino.

Pero empieza aquí lo difícil.

Hago un inciso.

Sé que soy demasiado rápido y sintético. Es uno de mis muchos defectos.

Una vez, mi querido amigo el padre Collantes, cura rural, después de leer un libro mío me dijo: De cada capítulo se podría escribir un libro.

Es cierto, pero creo que escribo para personas que ya saben y no quiero aturdirles con relato. Sólo argumentos.

Se acabó el inciso.

Es tan contundente el hecho de que el Universo no surgió del azar y fue creado por alguien, que cada grupo humano con dos dedos de frente que ha pensado sobre ello, ha llegado a la misma conclusión de que hay un creador.

Pero lo que discuten es quién es ese creador.

Hay diversas, incluso diría muchas, versiones de ese creador, todas distintas, contradictorias y a veces incluso sin ningún elemento común.

No pueden ser todas las versiones buenas y al ser tan distintas tampoco podemos suponer que haya dos o tres buenas y el resto malas. Las secuelas que trae el aceptar una versión u otra son tan complejas, que las hacen incompatibles.

Cuando unas se derivan de otras está claro que prevalece el original.

Y cuando aparecen versiones de ese creador, que son una mezcla de otras visiones distintas está también claro que prevalece alguno de los originales.

Descartamos pues copias y sincretismos, que es como se llaman esas mezclas de religiones.

Es puro sentido común.

Con eso queda el panorama muy despejado.

Y de lo que queda debemos buscar cuál de esas versiones del creador tiene bases históricas más sólidas y más coherencia en los planteamientos y con el tiempo.

Como mi frágil cerebro se pierde en el argumento, debo repasar lo que hemos dicho hasta ahora.

Primero que es la fe.

Segundo, que hay fe racional y fe irracional.

Tercero, que nosotros como hombres racionales debemos buscar una fe racional.

Cuarto, que la fe religiosa es una fe racional.

Y quinto, que entre las diversas fes religiosas debemos de buscar la más coherente en su estructura y la que mejor se entronque con la vida del hombre. Es decir que no sea una entelequia filosófica sino una estructura de pensamiento práctica para el desarrollo de la vida del hombre, en la dignidad que le corresponde.

¿Cuál de las fes religiosas que hoy conocemos, se adecua más a estos requisitos?

Para todas, el creador es desconocido pues su naturaleza infinita es incompatible con nuestro alcance de pensamiento.

Sin embargo, hay una especialmente seductora, porque aceptando la inaccesibilidad al concepto de creador, ha incorporado una figura que es ese creador hecho hombre para hacerse accesible a la Humanidad.

Esto es muy humano y a la vez muy divino, porque, el que un ser infinito acceda a hacerse finito para que lo que ha creado pueda disfrutar de él, es humano por cuanto lo podemos entender como un acto de caridad muy grande y además es divino, pues sólo un ser infinito tendría y llamémosle, el valor, de hacerse finito, mostrando así una confianza infinita en su poder.

Confianza en saber que nadie le va a quitar el sitio por bajarse de rango, ni de que nadie le va a perder el respeto por ser menos.

Esa es la síntesis de la fe cristiana.

Una fe que, como vemos, es conceptualmente es muy sólida y a la vez muy comprensible.

Podría parecer que el ser tan comprensible la podría hacer frágil.

Pero han pasado cuatro mil años de la historia del hombre, desde que se dio a conocer y permanece hoy tan sólida como entonces. Ese es otro fiel de contraste de esa fe, su entronque con el día a día del devenir humano durante tantos milenios.

Pero volvamos a la figura del hijo hecho hombre.

Eso que en cualquier organización humana haría desintegrar el poder, perder protagonismo, en el cristianismo no solo no ha afectado al poder del Padre, sino que el Hijo despierta tanto atractivo, que millones de personas han dado su vida por él.

Aquí se nos podría plantear un problema de fe.

Si es fe racional creer en Dios como creador, ¿lo es también creer en el Hijo de Dios?

Ese Hijo de Dios es un personaje histórico llamado Jesús de Nazaret.

Jesús es un personaje histórico bien documentado por diversas fuentes, al que se le reconocen milagros y prodigios.

Sus enseñanzas han perdurado durante dos mil años en una sociedad abierta y cosmopolita y a su sombra ha nacido la civilización más próspera y en muchos aspectos sublime de la Humanidad.

Creer en Jesús es racional. También es racional la fe en la Sagradas Escrituras, avaladas por la Tradición y por la ciencia histórica y arqueológica.

Hablo a día de hoy si temor al futuro, pues a medida que el conocimiento humano va avanzando, se van descubriendo nuevos datos sobre la veracidad de lo que narran las Escrituras.

Por eso creer en ellas forma parte de la fe racional.

El entramado histórico teológico y arqueológico de la sagradas Escrituras es tan íntimo, que da base más que suficiente, para que sea objeto de una fe racional.

Todos los datos y acontecimientos fehacientes que aparecen en las sagradas Escrituras darían pie para llenar muchos libros.

Mi escasa capacidad, competencia y lo pobre de mis conocimientos me permiten tan sólo emborronar las escuetas notas, que junto en momentos bajos en este blog y en opúsculos que llamo libros.

He esbozado los argumentos que considero, para afirmar la fe en el Padre y en el Hijo son fes racionales.

Pero en el cristianismo hay una tercera persona, El Espíritu Santo.

Porque la fe cristiana se basa en la Trinidad.

Es un verdadero acto de fe creer en la Trinidad, en algo que se llama misterio de la Santísima Trinidad.

Porque a Dios Padre y a Dios Hijo se suma Dios Espíritu Santo, tres personas y una naturaleza.

El espíritu Santo es la presencia de Dios en el mundo, reiteradamente evocado en las Sagradas Escrituras en acontecimientos puntuales de los que se conoce por testimonios su proceso material y por la Historia sus secuelas espirituales.

Por tanto, aceptada la fe en las Escrituras no cabe sino aceptar que la fe en el misterio de la Santísima Trinidad, es una fe racional, aunque sea la fe en un misterio.

(Quizás continuará).


Aunque si tienes interés en esto, quizás te convenga más preguntar a un catequista de alguna parroquia católica, que leer a un desconocido.


Esta entrada forma parte de mi obra inédita; "Teología del sentido común. El conocimiento de Jesús para analfabetos e indocumentados de buen corazón."

 


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