La Sagrada Familia barcelonesa, quizás la mayor expresión del modernismo catalán. |
Cuando era joven, había en Cataluña una extensa sociedad civil.
El catalán es por naturaleza asociativo y entonces había miles de asociaciones que ocupaban todos los ámbitos de la sociedad,
desde actividades de ocio hasta asociaciones de vecinos.
Había vitalidad social y Cataluña vivía un gran
dinamismo y consecuentemente, progresaba en un ambiente de paz y armonía, el
mejor caldo de cultivo del progreso.
Pero llegó Felipe González con el socialismo y
recuerdo que en esa época se empezó a hablar del pelotazo, forma rápida
de hacer dinero.
Y enseguida llegó la corrupción, que empezó en el
ámbito político.
Al tiempo, el socialismo desmanteló la sociedad civil catalana, infiltrándose en las asociaciones y reventándolas desde dentro.
Lo politizó todo, aborregó a la sociedad y compró voluntades.
Luego, Pujol y su familia, con el partido convergencia
y unión, remató lo poco que me podía quedar de bueno en el alma catalana.
Sin sociedad civil y con corrupción generalizada, se
pasó del nacionalismo al separatismo, basado en una falsa superioridad racial
del catalán sobre el resto de los españoles.
Viví intensamente este proceso, porque formaba parte
de la sociedad civil y política, que peleaba por una Cataluña grande, integrada
en España y en Europa.
El modernismo, la mayor expresión artística y
cultural de Cataluña, no tenía nada que ver con el separatismo.
Era una sana expresión catalanista, basada en el
romanticismo europeo, con fondo cristiano.
Ese movimiento cultural, en absoluto separatista, sirvió
al separatismo para forjar leyendas infundadas, que llevaron a un racismo
infantil y ridículo, alimentado por la burguesía catalana, subproducto de la
sociedad, que en mis tiempos, se representaba por el empresario catalán que
pedía audiencia a Franco para preguntarle; ¿qué hay de lo mío?
El catalán separatista de hoy, es la esencia de lo
más miserable del catalán de ayer.
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