Hace unos días conocí a una persona muy afable y
estuvimos hablando un rato.
Al inicio de la conversación, viniendo a cuento, me
dijo que era ateo.
Hablamos un rato y cuando y llevábamos un tiempo de
conversación, le comenté; tú no eres ateo. No crees en la religión, pero sí
crees en Dios.
Esto llegó después de un rato de hablar, en el que
vi que mi interlocutor, además de ser afable y simpático, tenía lo que me
pareció una gran experiencia vital.
Lo que le ocurría, es que, si bien aceptaba que el
universo había sido creado por una mente inteligente, a su ambiente cultural le
rechinaba la palabra Dios.
Llegamos al consenso de que reconocer la existencia
de una mente inteligente como creadora del universo, no implicaba ningún
posicionamiento intelectual ni religioso, sino simplemente aceptar una
evidencia.
Acabó aceptando esto y me dijo que no volvería a
utilizar esa palabra para definirse.
Que buscaría otra, pero no ateo.
Como decía el jesuita Jorge Loring, en una
cita muy libre de la Biblia; el ateo es idiota.
Y mi interlocutor, en absoluto era idiota.
Por lo tanto,
no podía ser ateo.
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